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Carolina Quiroga-Stultz

46 - Latinoamérica Fantástica


El argentino Leopoldo Lugones nos cuenta la historia de un viajero que conoce a un huraño caballero inglés. Cuando los dos hombres descubren un interés común, el inglés revela la razón de su aparente desconfianza: que su sombra se ha convertido en una entidad aterradora e independiente.


En los comentarios presentamos a la narradora argentina Mily Ponce, hablamos de las experiencias extracorporales, y finalizamos con la biografía y un poema de Leopoldo Lugones.

Este episodio fue producido con el apoyo de PRX y el programa de creadores de Google Podcasts.


Primero


“Compré el mono en el remate de un circo que había quebrado. La primera vez que se me ocurrió tentar la experiencia a cuyo relato están dedicadas estas líneas, fue una tarde, leyendo no sé dónde, que los naturales de Java atribuían la falta de lenguaje articulado en los monos a la abstención, no a la incapacidad. ‘No hablan, decían, para que no los hagan trabajar’.


“Semejante idea, nada profunda al principio, acabó por preocuparme hasta convertirse en este postulado antropológico: Los monos fueron hombres que por una u otra razón dejaron de hablar. El hecho produjo la atrofia de sus órganos de fonación y de los centros cerebrales del lenguaje; debilitó casi hasta suprimirla la relación entre unos y otros, fijando el idioma de la especie en el grito inarticulado, y el humano primitivo descendió a ser animal.”


(Fuente: Las Fuerzas Extrañas, Leopoldo Lugones. Arnoldo Moen y Hermano, Editores. Florida 323. Buenos Aires. 1906. PDF download – descarga: https://www.gba.gob.ar/sites/default/files/cultura/archivos/LAS%20FUERZAS%20EXTRA%C3%91AS.pdf)


*

Bienvenida


¡Hola! ¡Hola! Estimados y estimadas oyentes de Tres Cuentos, el podcast bilingüe dedicado a las narrativas literarias, históricas y tradicionales de Latino América. Soy Carolina Quiroga-Stultz, y hoy damos la bienvenida a otro nuevo autor, el argentino Leopoldo Lugones.


El primer extracto es la apertura del cuento más famoso de Lugones "Yzur", que pueden encontrar en su libro Las Fuerzas Extrañas (Argentina, 1906).

*He dejado el enlace a la descarga del libro en la transcripción.


Debo hacer otra confesión que revela mi pobre capacidad para retener los nombres de las personas. Leí la historia "Yzur" hace dos años cuando me preparaba para lanzar la primera temporada sobre autores latinos. La historia me dejo algo perturbada, y convenientemente olvidé el nombre del autor. Sin embargo, durante meses seguí preguntándome si debería haber incluido ese cuento en el programa, lo cierto es que soy algo susceptible al sufrimiento animal, aunque sea de ficción.


Todo esto para decir que, cuando estaba investigando los relatos para la temporada actual, nuevamente me encontré con "Yzur" y me pregunté si debería incluirlo. Pero elegí otra historia. Sin embargo, fue solo cuando estaba escribiendo esta introducción que me di cuenta de que Leopoldo Lugones, el autor de hoy, también es el autor de "Yzur".


A pesar de mis aprehensiones, recomiendo leer Yzur porque es el cuento más antologado de Lugones, el cual describe y critica la frívola sed de aquellos que todavía hacen experimentos en animales.


El cuento de hoy "Un fenómeno inexplicable" lo pueden encontrar en el libro Las Fuerzas Extrañas, de Leopoldo Lugones, publicado en 1906. Este extraño cuento nos llega en la voz de la narradora argentina Mily Ponce.


Un viajero conoce a un caballero inglés que ha vivido aislado durante años. A medida que ambos hombres se conocen y descubren un interés común, el caballero inglés revela la razón de su aparente desconfianza: que su sombra se ha convertido en una entidad aterradora e independiente.



Un fenómeno inexplicable

Por Leopoldo Lugones

Leído por Mily Ponce






Hace de esto once años. Viajaba por la región agrícola que se dividen las provincias de Córdoba y de Santa Fe, provisto de las recomendaciones indispensables para escapar a las horribles posadas de aquellas colonias en formación.


Mi estómago, derrotado por los invariables salpicones con hinojo y las fatales nueces del postre, exigía fundamentales refacciones. Mi última peregrinación debía efectuarse bajo los peores auspicios. Nadie sabía indicarme un albergue en la población hacia donde iba a dirigirme. Sin embargo, las circunstancias apremiaban, cuando el juez de paz que me profesaba cierta simpatía vino en mi auxilio.


-Conozco allá un señor inglés viudo y solo, - me dijo- Posee una casa, lo mejor de la colonia, y varios terrenos de no escaso valor. Algunos servicios que mi cargo me puso en situación de prestarle serán buen pretexto para la recomendación que usted desea, y que si es eficaz le proporcionará excelente hospedaje. Digo si es eficaz, pues mi hombre, no obstante, sus buenas cualidades, suele tener su luna en ciertas ocasiones, siendo, además, extraordinariamente reservado. Nadie ha podido penetrar en su casa más allá del dormitorio donde recibe a sus huéspedes, muy escasos por otra parte. Todo esto quiere decir que va usted en condiciones nada ventajosas, pero es cuanto puedo suministrarle. El éxito es puramente casual. Con todo, si usted quiere una carta de recomendación...

Acepté y emprendí acto continuo mi viaje, llegando al punto de destino horas después.


Nada tenía de atrayente el lugar. La estación con su techo de tejas coloradas; su andén crujiente de carbonilla; su semáforo a la derecha, su pozo a la izquierda. En la doble vía del frente, media docena de vagones que aguardaban la cosecha. Más allá el galpón, bloqueado por bolsas de trigo. A raíz del terraplén, la pampa con su color amarillento como un pañuelo de yerbas; casitas sin revoque diseminadas a lo lejos, cada una con su parva al costado; sobre el horizonte el festón de humo del tren en marcha, y un silencio de pacífica enormidad entonando el color rural del paisaje.


Aquello era vulgarmente simétrico como todas las fundaciones recientes. Notábase rayas de mensura en esa fisonomía de pradera otoñal. Algunos colonos llegaban a la estafeta en busca de cartas. Pregunté a uno por la casa consabida, obteniendo inmediatamente las señas. Noté en el modo de referirse a mi huésped, que se le tenía por hombre considerable.


No vivía lejos de la estación. Unas diez cuadras más allá, hacia el oeste, al extremo de un camino polvoroso que con la tarde tomaba coloraciones lilas, distinguí la casa con su parapeto y su cornisa, de cierta gallardía exótica entre las viviendas circunstantes; su jardín al frente; el patio interior rodeado por una pared tras la cual sobresalían ramas de duraznero. El conjunto era agradable y fresco; pero todo parecía deshabitado. En el silencio de la tarde, allá sobre la campiña desierta, aquella casita, no obstante sus rasgos chalet industrioso, tenía una especie de triste dulzura, algo de sepulcro nuevo en el emplazamiento de un antiguo cementerio.


Cuando llegué a la verja, noté que en el jardín había rosas, rosas de otoño, cuyo perfume aliviaba como una caridad la fatigosa exhalación de las trillas. Entre las plantas que casi podía tocar con la mano, crecía libremente la hierba; y una pala cubierta de óxido yacía contra la pared, con su cabo enteramente liado por una guía de enredadera.


Empujé la puerta de reja, atravesé el jardín, y no sin cierta impresión vaga de temor fui a golpear la puerta interna. Pasaron minutos. El viento se puso a silbar en una rendija, agravando la soledad. A un segundo llamado, sentí pasos; y poco después la puerta se abría, con un ruido de madera reseca. El dueño de casa apareció saludándome.


Presenté mi carta. Mientras leía, pude observarlo a mis anchas. Cabeza elevada y calva; rostro afeitado de clergyman; labios generosos, nariz austera. Debía de ser un tanto místico. Sus protuberancias superciliares, equilibraban con una recta expresión de tendencias impulsivas, el desdén imperioso de su mentón. Definido por sus inclinaciones profesionales, aquel hombre podía ser lo mismo un militar que un misionero. Hubiera deseado mirar sus manos para completar mi impresión, más sólo podía verlas por el dorso.


Enterado de la carta, me invitó a pasar, y todo el resto de mi permanencia, hasta la hora de comer, quedó ocupado por mis arreglos personales. En la mesa fue donde empecé a notar algo extraño.


Mientras comíamos, advertí que no obstante su perfecta cortesía, algo preocupaba a mi interlocutor. Su mirada invariablemente dirigida hacia un ángulo de la habitación manifestaba cierta angustia; pero como su sombra daba precisamente en ese punto, mis miradas furtivas nada pudieron descubrir. Por lo demás, bien podía no ser aquello sino una distracción habitual.

La conversación seguía en tono bastante animado, sin embargo. Tratábase del cólera que por entonces azotaba los pueblos cercanos. Mi huésped era homeópata, y no disimulaba su satisfacción por haber encontrado en mí uno del gremio. A este propósito, una frase del diálogo hizo variar su tendencia. La acción de las dosis reducidas acababa de sugerirme un argumento que me apresuré a exponer.


-La influencia que sobre el péndulo de Rutter -dije concluyendo una frase-, ejerce la proximidad de cualquier substancia, no depende de la cantidad. Un glóbulo homeopático determina oscilaciones iguales a las que produciría una dosis quinientas o mil veces mayor.

Advertí al momento, que acababa de interesar con mi observación. El dueño de casa me miraba ahora.


-Sin embargo -respondió- Reichenbach ha contestado negativamente esa prueba. Supongo que ha leído usted al alemán Reichenbach (1788-1869).


-Lo he leído, sí; he atendido sus críticas, he ensayado, y mi aparato, confirmando a Rutter, me ha demostrado que el error procedía del químico alemán, no del inglés. La causa de semejante error es sencillísima, tanto que me sorprende cómo no dio con ella el ilustre descubridor de la parafina y de la creosota.


Aquí, sonrisa de mi huésped: prueba terminante de que nos entendíamos.


-¿Usó usted el primitivo péndulo de Rutter, o el perfeccionado por el doctor Leger?


-El segundo -respondí.


-Es mejor. ¿Y cuál sería, según sus investigaciones, la causa del error de Reichenbach?


-Esta: los sensitivos con que operaba, influían sobre el aparato, sugestionándose por la cantidad del cuerpo estudiado. Si la oscilación provocada por un escrúpulo de magnesia, supongamos, alcanzaba una amplitud de cuatro líneas, las ideas corrientes sobre la relación entre causa y efecto, exigían que la oscilación aumentara en proporción con la cantidad: diez gramos, por ejemplo. Los sensitivos del barón, eran individuos nada versados por lo común en especulaciones científicas; y quienes practican experiencias así, saben cuán poderosamente influyen sobre tales personas las ideas tenidas por verdaderas, sobre todo cuando son lógicas. Aquí está, pues, la causa del error. El péndulo no obedece a la cantidad, sino a la naturaleza del cuerpo estudiado solamente; pero cuando el sensitivo cree que la cantidad influye, aumenta el efecto, pues toda creencia es una volición. Un péndulo, ante el cual el sujeto opera sin conocer las variaciones de cantidad, confirma a Rutter. Desaparecida la alucinación...


-Oh, ya tenemos aquí la alucinación -dijo mi interlocutor con manifiesto desagrado.


-No soy de los que explican todo por la alucinación, a lo menos confundiéndola con la subjetividad, como frecuentemente ocurre– contesté. La alucinación es para mí una fuerza, más que un estado de ánimo, y así considerada, se explica por medio de ella buena porción de fenómenos. Creo que es la doctrina justa.


-Desgraciadamente es falsa. Mire usted, yo conocí a Home, el medium, en Londres, allá por 1872. Seguí luego con vivo interés las experiencias de Crookes, bajo un criterio radicalmente materialista; pero la evidencia se me impuso por motivo de los fenómenos del 74. La alucinación no basta para explicarlo todo. Créame usted, las apariciones son autónomas...


-Permítame una pequeña digresión -interrumpí, encontrando en aquellos recuerdos una oportunidad para comprobar mis deducciones sobre el personaje-: quiero hacerle una pregunta, que no exige desde luego contestación, si es indiscreta. ¿Ha sido usted militar?...


-Poco tiempo, me contestó. - Llegué a subteniente del ejército de la India.


-Por cierto, la India sería para usted un campo de curiosos estudios.


-No; la guerra cerraba el camino del Tíbet a donde hubiese querido llegar. Fui hasta Cawnpore, nada más. Por motivos de salud, regresé muy luego a Inglaterra; de Inglaterra pasé a Chile en 1879; y por último a este país en 1888.


- ¿Enfermó usted en la India?


-Sí -respondió con tristeza el antiguo militar, clavando nuevamente sus ojos en el rincón del aposento.


- ¿El cólera?... -insistí.


Apoyó él la cabeza en la mano izquierda, miró por sobre mí, vagamente. Su pulgar comenzó a moverse entre los ralos cabellos de la nuca. Comprendí que iba a hacerme una confidencia de la cual eran prólogo aquellos ademanes, y esperé. Afuera chirriaba un grillo en la oscuridad.


-Fue algo peor todavía -comenzó mi huésped-. Fue el misterio. Pronto hará cuarenta años y nadie lo ha sabido hasta ahora. ¿Para qué decirlo? No lo hubieran entendido, creyéndome loco por lo menos. No soy un triste, soy un desesperado. Mi mujer falleció hace ocho años, ignorando el mal que me devoraba, y afortunadamente no he tenido hijos. Encuentro en usted por primera vez un hombre capaz de comprenderme.


Me incliné agradecido.


- ¡Es tan hermosa la ciencia, la ciencia libre, sin capilla y sin academia! – continuó él - Y no obstante, está usted todavía en los umbrales. Los fluidos ódicos de Reichenbach no son más que el prólogo. El caso que va usted a conocer, le revelará hasta dónde puede llegarse.

El narrador se conmovía. Mezclaba frases inglesas a su castellano un tanto gramatical. Los incisos adquirían una tendencia imperiosa, una plenitud rítmica extraña en aquel acento extranjero.


-En febrero de 1858 -continuó- fue cuando perdí toda mi alegría. Habrá usted oído hablar de los yoghis, los singulares mendigos cuya vida se comparte entre el espionaje y la taumaturgia. Los viajeros han popularizado sus hazañas, que sería inútil repetir. Pero ¿sabe en qué consiste la base de sus poderes?


-Creo que en la facultad de producir cuando quieren el autosonambulismo, volviéndose de tal modo insensibles, videntes...


-Es exacto, dijo él - Pues bien, yo vi operar a los yoghis en condiciones que imposibilitaban toda superchería. Llegué hasta fotografiar las escenas, y la placa reprodujo todo, tal cual yo lo había visto. La alucinación resultaba, así, imposible, pues los ingredientes químicos no se alucinan... Entonces quise desarrollar idénticos poderes. He sido siempre audaz, y luego no estaba entonces en situación de apreciar las consecuencias. Puse, pues, manos a la obra.


-¿Por cuál método?


Sin responderme, continuó:


-Los resultados fueron sorprendentes. En poco tiempo llegué a dormir. Al cabo de dos años producía la traslación consciente. Pero aquellas prácticas me habían llevado al colmo de la inquietud. Me sentía espantosamente desamparado, y con la seguridad de una cosa adversa mezclada a mi vida como un veneno. Al mismo tiempo, devorábame la curiosidad. Estaba en la pendiente y ya no podía detenerme. Por una continua tensión de voluntad, conseguía salvar las apariencias ante el mundo. Mas, poco a poco, el poder despertado en mí se volvía más rebelde... Una distracción prolonga da, ocasionaba un desdoblamiento. Sentía mi personalidad fuera de mí, mi cuerpo venía a ser algo así como una afirmación del no yo, diré expresando concretamente aquel estado. Como las impresiones se avivaban, produciéndome angustiosa lucidez, resolví una noche ver mi doble. Ver qué era lo que salía de mí, siendo yo mismo, durante el sueño extático.


-¿Y pudo conseguirlo? – pregunté


-Fue una tarde, casi de noche ya. El desprendimiento se produjo con la facilidad

acostumbrada. Cuando recobré la conciencia, ante mí, en un rincón del aposento, había una forma. Y esta forma era un mono, un horrible animal que me miraba fijamente. Desde entonces no se aparta de mí. Lo veo constantemente. Soy su presa. A donde quiera él va, voy conmigo, con él. Está siempre ahí. Me mira constantemente, pero no se acerca jamás, no se mueve jamás, no me muevo jamás...


Subrayo los pronombres trocados en la última frase, tal como la oí. Una sincera aflicción me embargaba. Aquel hombre padecía, en efecto, una sugestión atroz.


-Cálmese usted -le dije, aparentando confianza-. La reintegración no es imposible.


-¡Oh, sí! -respondió con amargura-. Esto es ya viejo. Figúrese usted, he perdido el concepto de la unidad. Sé que dos y dos son cuatro, por recuerdo; pero ya no creo en ello. El más sencillo problema de aritmética carece de sentido para mí, pues me falta la convicción de la cantidad. Y todavía sufro cosas más raras. Cuando me tomo una mano con la otra, por ejemplo, siento que aquélla es distinta, como si perteneciera a una persona que no soy yo. A veces veo las cosas dobles, porque cada ojo procede sin relación con el otro...


Era, a no dudarlo, un caso curioso de locura, que no excluía el más perfecto raciocinio.

-Pero en fin, ¿ese mono?..., pregunté para agotar el asunto.


-Es negro como mi propia sombra, y melancólico al modo de un hombre. La descripción es exacta, porque lo estoy viendo ahora mismo. Su estatura es mediana, su cara como todas las caras de mono. Pero siento, no obstante, que se parece a mí. Hablo con entero dominio de mí mismo. ¡Ese animal se parece a mí!


Aquel hombre, en efecto, estaba sereno; y, sin embargo, la idea de una cara simiesca formaba tan violento contraste con su rostro de aventajado ángulo facial, su cráneo elevado y su nariz recta, que la incredulidad se imponía por esta circunstancia, más aún que por lo absurdo de la alucinación.


Él notó perfectamente mi estado; púsose de pie como adoptando una resolución definitiva:

-Voy a caminar por este cuarto, para que usted lo vea. Observe mi sombra, se lo ruego.

Levantó la luz de la lámpara, hizo rodar la mesa hasta un extremo del comedor y comenzó a pasearse. Entonces, la más grande de las sorpresas me embargó. ¡La sombra de aquel sujeto no se movía! Proyectada sobre el rincón, de la cintura arriba, y con la parte inferior sobre el piso de madera clara, parecía una membrana, alargándose y acortándose según la mayor o menor proximidad de su dueño. No podía yo notar desplazamiento alguno bajo las incidencias de luz en que a cada momento se encontraba el hombre.


Alarmado al suponerme víctima de tamaña locura, resolví desimpresionarme y ver si hacía algo parecido con mi huésped, por medio de un experimento decisivo. Pedíle que me dejara obtener su silueta pasando un lápiz sobre el perfil de la sombra.


Concedido el permiso, fijé un papel con cuatro migas de pan mojado hasta conseguir la más perfecta adherencia posible a la pared, y de manera que la sombra del rostro quedase en el centro mismo de la hoja. Quería, como se ve, probar por la identidad del perfil entre la cara y su sombra (esto saltaba a la vista, pero el alucinado sostenía lo contrario) el origen de dicha sombra, con intención de explicar luego su inmovilidad teniendo asegurada una base exacta.

Mentiría si dijera que mis dedos no temblaron un poco al posarse en la mancha sombría, que por lo demás diseñaba perfectamente el perfil de mi interlocutor; pero afirmo con entera certeza que el pulso no me falló en el trazado. Hice la línea sin levantar la mano, con un lápiz Hardtmuth azul, y no despegué la hoja concluido que hube, hasta no hallarme convencido por una escrupulosa observación, de que mi trazo coincidía perfectamente con el perfil de la sombra, y éste con el de la cara del alucinado.


Mi huésped seguía la experiencia con inmenso interés. Cuando me aproximé a la mesa, vi temblar sus manos de emoción contenida. El corazón me palpitaba, como presintiendo un infausto desenlace.


-No mire usted -dije.


-¡Miraré! -me respondió con un acento tan imperioso, que a pesar mío puse el papel ante la luz.


Ambos palidecimos de una manera horrible. Allí ante nuestros ojos, la raya de lápiz trazaba una frente deprimida, una nariz chata, un hocico bestial. ¡El mono! ¡La cosa maldita!

Y conste que yo no sé dibujar.


FIN


*


Comentario


Muy bien, volvamos al lugar donde nuestra sombra nos sigue de cerca en lugar de acecharnos desde la distancia.


Pero antes de contarles acerca de un par de experiencias extracorporales que tuve en el pasado y sobre cómo la corriente literaria del modernismo criticó aspectos de la ciencia, permítanme presentar la voz de hoy, Myriam Ponce, más conocida como Mily Cuentera.



Mily es narradora oral argentina, especialista en narración oral terapéutica, tallerista, docente y capacitadora. Entre el millón de cosas que Mily hace están coordinar el Seminario de formación en Narración Terapéutica en la Asociación Argentina de Salud Mental; facilitar dinámicas de arteterapia con cuentos para cuidados paliativos de enfermos oncológicos en el Hospicio Buen Samaritano. Igualmente forma parte del colectivo Narradores por la Memoria y la Identidad, en colaboración con Abuelas de Plaza de Mayo, y diseña talleres de narración oral enfocados a la visibilidad del Derecho a la Identidad, el respeto por la diversidad y la inclusión.


Pero su experiencia no termina allí. Mily ha participado en diversos Festivales de Narración Oral en Argentina, Uruguay, Irán y España. Es docente en la Cátedra Libre de Narración Oral y Recuperación de la Memoria Reciente en la Facultad de Periodismo y Comunicación de la Universidad de La Plata. Y como investigadora social, se encuentra desarrollando un estudio de investigación sobre la narración oral y su impacto en las representaciones pictóricas de personas ciegas desde el nacimiento.


La verdad es que la hoja de vida de Mily es todavía más larga e interesante, y la podrán explorar en la transcripción en nuestra página web www.trescuentos.com.


Lic en Relaciones del Trabajo (UBA), Prof. Universitaria de Enseñanza Media (UBA), Consultora Organizacional en Procesos de Gestión de Recursos Humanos: Especialista en capacitación organizacional, diseña y coordina proyectos de capacitación integral utilizando cuentos y poesía como recursos pedagógicos. Su experiencia se centra en temáticas de comunicación, liderazgo y trabajo en equipo con perspectiva de género orientadas a mandos medios y gerenciales en empresas de servicios, energía, tecnología, laboratorios de cosmética e industria del plástico y minería. Ha trabajado en organizaciones privadas y estatales de Argentina, Chile, Uruguay y Bolivia. Docente Universitaria y Tutora de Tesis en la carrera de Gestión de Recursos Humanos de la Universidad de la Marina Mercante. Docente universitaria en la Carrera de Relaciones del Trabajo en la Facultad de Ciencias Sociales U.B.A. y el Programa de Gestión De Recursos Humanos en UTN Sede Paraná.


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El cuento de hoy me tomó unos dos meses traducirlo al inglés, y terminé aprendiendo mucho sobre la ciencia del siglo XIX. Tomé varias notas con la esperanza de poder usarlas en mi comentario. Una de esas notas fue sobre una experiencia extracorporal que tuve, muy diferente a la que experimentó el caballero inglés en la historia, pero similar en algunos aspectos. Las experiencias fuera del cuerpo, también conocidas como proyección astral son más comunes de lo que pensamos y ocurren no solo durante el sueño sino también durante la meditación. Me atrevo a decir que muchos místicos tuvieron experiencias extracorporales.


La primera experiencia extracorporal que tuve ocurrió cuando tenía unos 12 años. Estaba tomando una siesta y me vi acostada en la cama, incluso escuché y vi a mi madre entrar en mi habitación, pero durante todo el tiempo sabía que estaba dormida. En ese entonces no tenía idea de lo que estaba pasando, me asusté y seguí tratando de despertarme, pero no podía. Fue solo hasta que comencé a respirar lenta y profundamente que me calmé y desperté.


La segunda experiencia extracorporal que recuerdo ocurrió hace unos cinco años. A pesar de que me cuesta mucho tratar de dormir la siesta, me pregunto por qué, el caso es que esa tarde mi esposo y yo nos acostamos a tomar una siesta. Después de un rato, escuché a mi esposo roncar, y pensé que debería levantarme y leer ya que estaba "claramente" despierta. Pero cuando traté de levantarme, no pude. Entonces me vi flotando sobre mí. Había algo ligero y liberador, parte de mí quería salir flotando y explorar, dejar a mi cuerpo allí en la cama. Sin embargo, me dio miedo y entré en pánico, pensando que, si me dejaba ir, no podría volver a mi cuerpo. Me tomó un tiempo calmarme y cancelar el viaje astral.


Para aquellos interesados en experiencias extracorporales o OBE (p.s.i), citaré un párrafo del sitio web Physcologytoday.com escrito por el doctor John Cline, PhD, titulado "¿Podemos viajar fuera de nuestros cuerpos cuando dormimos?"


El primer par de párrafos están dedicados a algunas experiencias de OBE sucedidas a los pacientes de Cline. Luego él dice: "La característica central de un OBE es la de sentir que la conciencia parece estar fuera del cuerpo físico (Cárdena y Alvarado, 2014). Hay sensaciones de flotar, de ver el cuerpo desde la distancia y de viajar a lugares a veces distantes. Otros tipos de experiencias también ocurren durante los OBE, incluyendo sentir energía, ver una luz brillante y sentir una conexión con el cuerpo físico".


Cline continúa: "Las experiencias extracorporales pueden ocurrir en situaciones diferentes, incluidas las experiencias cercanas a la muerte ... durante situaciones estresantes como la tortura, durante una cirugía o un desastre natural. Los OBEs también pueden ocurrir durante estados alterados de conciencia, como extrema relajación, hipnosis, meditación, como parte del fenómeno de abducción alienígena, y durante migrañas y ataques epilépticos".


Bueno, si alguno de ustedes queridos y queridas oyentes ha experimentado un OBE, ahora saben que no estaban locos, esas cosas simplemente suceden. Una buena pregunta para hacer es ¿puede nuestra conciencia o alma separarse de nuestro cuerpo como sucedió en la historia "Un fenómeno inexplicable" y fallar en la reunificación?


Por lo que he leído, todos los psicólogos o psiquiatras que hacen terapia de hipnosis desacreditan la idea de que después de una OBE podamos convertirnos en dos entidades separadas que no se reunifiquen. Para mí, los escritores han jugado con la idea de los viajes astrales porque cualquier cosa que todavía sea considerada un misterio vale la pena sacarle el jugo especulando.


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En el caso del cuento de hoy, la razón para que Leopoldo Lugones explore un OBE es simple: Lugones formó parte de la corriente del modernismo.


En el artículo, "Visión apocalíptica y el Desmantelamiento del Discurso Científico por el modernismo" (Apocalyptic Vision and Modernism's Dismantling of Scientific Discourse: Lugones's 'Yzur') Howard M. Fraser nos dice que "Estudios recientes sobre el modernismo han enfatizado la sensación de catástrofe de dicha corriente literaria, y su anticipación del apocalipsis en la víspera del siglo XX".


De vez en cuando, los humanos se hacen susceptibles a la vieja advertencia del "fin de los tiempos". Especialmente, a principios de cada siglo, durante los desastres naturales, en torno a rivalidades políticas, y cuando se anticipa alguna guerra, entonces la gente se pone muy nerviosa y se angustia por lo que pueda suceder.


Fraser continúa diciendo: "Esta actitud de inquietud y horror hacia el futuro se refleja fuertemente en la actitud del modernismo hacia la ciencia. El movimiento modernista alabó las doctrinas pseudocientíficas asociadas con la alquimia y el espiritismo mientras atacaba la ciencia experimental como si fuera una negociación faustiana con la muerte."


Todo esto para decir que, en muchos sentidos, Leopoldo Lugones, el autor de hoy, se vio afectado por las preocupaciones de su época, y todo el asunto de la meditación desafiaba muchas de las ideas religiosas e institucionales de la gente en esos tiempos. No solo porque era una práctica extranjera, sino porque significaba despejar la mente, y encontrar paz en el silencio, y la gente en el siglo XIX quería lo contrario, quería pensar, hablar, escribir y transformar el mundo en un lugar muy bullicioso y ocupado. ¿Y adivina qué? ¡Lo lograron! Y hoy día, daríamos lo que fuera por un poco de calma y silencio.

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Es hora de dar algunas noticias y hacer algunos recordatorios.

Nuestra primera noticia emocionante es que la plataforma de podcasts y radios en español iVoox mencionó a Tres Cuentos como uno de los mejores en el mundo hispanoparlante. ¡Todo lo que tengo que decir es gracias a ustedes nuestros oyentes, sus comentarios y apoyo nos ayudan a crecer! Y gracias a nuestros colaboradores, Don Hymel, Alexa Jeffres y Leo Quiron.


Nuestra segunda buena noticia es que estamos recibiendo donaciones de libros para la actividad que realizaremos en noviembre "La Ancheta Literaria". Los libros que hemos recibido hasta ahora son Cosmos Latinos editados por Andrea Bell y Yolanda Molina Gavilán publicado por Wesleyan University Press. Y el segundo libro es Natural Consequences de la escritora cubana Elia Barceló, traducido por Yolanda Molina Gavilán y Andrea Bell, publicado por Vanderbilt University Press.




Entonces si estáis interesados en tener en tus manos estos libros, asegúrense de suscribirse a nuestra lista de correo, a través de nuestro boletín les enviaremos las bases del concurso. Además, para aquellos que no viven en los Estados Unidos, estamos trabajando en los detalles para una ancheta literaria virtual.


Así que para subscribirte solo debes ir a nuestro sitio web www.trescuentos.com y llenar el muy cortito formulario.


Finalmente, el domingo 31 de octubre a las 2 p.m hora este de los Estados Unidos, participaré en Debut, un programa donde tres narradores muestran una nueva historia (probablemente de suspenso) y reciben entrenamiento del narrador Kevin Cordi. Para aquellos que deseen venir a vernos contando una historia y jugando con ella, voy a dejar el enlace en la transcripción para que puedan registrarse y unirse a nosotros el domingo 31 de octubre a las 2 p.m hora este de los Estados Unidos.



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Continuando, hablemos de la vida del autor de hoy, Leopoldo Lugones. Esta breve reseña biográfica fue escrita en colaboración con Esther Evelyn Bastidas.

Leopoldo Lugones, nació el 13 de junio de 1874, en Córdoba, Argentina. Fue hijo primogénito de Santiago Lugones y Custodia Argüello, de quien se dice, obtuvo una rigurosa formación religiosa y de quien aprendió sus primeras letras.


Después de que el hermano de Leopoldo nace, y llamado tal cual como el padre, Santiago Martin Lugones, la familia, decide mudarse e instalarse en una pequeña villa cerca de la provincia de Córdoba, en Santiago del Estero. Allí, el escritor argentino, lleva a cabo el bachillerato en el Colegio Nacional de Monserrat e inicia su pasión por el periodismo y la literatura.


En 1896, Leopoldo escribe para los periódicos “La Vanguardia'' y “La Tribuna”. Al mismo tiempo se une al grupo socialista de escritores de Córdoba y luego funda “La Montaña”, un periódico socialista y revolucionario. En el mismo año se muda a Buenos Aires, y se casa con Juana González y al año siguiente nace el hijo de la pareja Leopoldo “Polo” Lugones González.


Un gran amigo de Lugones fue el poeta nicaragüense Rubén Darío, quien en el año de 1926 lo invita a Leopoldo a escribir para el diario argentino “La Nación”. Más tarde en el mismo año Lugones es galardonado con el Premio Nacional de Literatura. Leopoldo consideraba la lengua una pieza imprescindible para resaltar la nacionalidad. Por tal razón, trabajó para la renovación y enriquecimiento del lenguaje, ayudando así a dar forma a la identidad argentina por medio de un idioma nacional.


Los libros de relatos Las fuerzas extrañas (1906) y Cuentos Fatales (1926), lo sitúan como uno de los más destacados exponentes de la Literatura Fantástica latinoamericana. Sin embargo, el autor contaba con múltiples facetas que lo llevaron a recorrer los caminos de las ciencias exactas como las matemáticas, la física y la biología.


En el ámbito político, Leopoldo inició pensando y escribiendo como un socialista utópico – el movimiento donde se soñaba con una sociedad igualitaria de nuevos hombres con acceso a la libre educación –, luego se pasa al bando de los liberales, y con el tiempo se hace conservador, hasta que finalmente termina uniéndose al fascismo.


Lugones era admirador de Mussolini y en algunos de sus escritos, llegó a proclamarse en contra de los inmigrantes, lo cual lo llevo a ser duramente criticado por la misma sociedad argentina.


La decadencia emocional de Leopoldo inicia después de haber participado en el Golpe de Estado Militar al gobierno argentino, en el año de 1930. Dicho acto revolucionario puso en el poder al general José Félix Uriburu quien instala una democracia fraudulenta y se convierte en el primer dictador de Argentina.


A este desenamoramiento con la causa por la que había luchado, se le sumó que su único hijo Leopoldo “Polo”, desafortunadamente fue un dolor de cabeza constante. Cuando “Polo” era director del reformatorio de menores de Oliveira, fue encontrado culpable de torturar y abusar de menores a su cargo y condenado a diez años de prisión. Lugones trató por todos los medios de que la historia de su hijo se mantuviera en secreto, y se valió de sus influencias y prestigio para que así fuera.


Pero el drama no termina allí. Cuando el escritor argentino Leopoldo Lugones se enamora perdidamente de su amante, la joven adolescente, Emilia Cadelago, su hijo “Polo” lo expone ante su madre y le amenaza con valerse de su influencia como policía para separar a los amantes por siempre.


Esto último empeora la sensación de desilusión que ya venía experimentando el autor argentino, y es el 18 de febrero de 1938 cuando Lugones termina quitándose la vida.

Lo más curioso es que hoy día en Argentina se celebra el “Día del Escritor” en la fecha del natalicio de Leopoldo Lugones.


*

Para concluir el programa de hoy, voy a compartirles un poema de Lugones llamado “La Muerte de la Luna”, que pueden encontrar en la página web “Poemas del Alma”.


La Muerte de la Luna


En el parque confuso

Que con lánguidas brisas el cielo sahúma,

El ciprés, como un huso,

Devana un ovillo de bruma.

El telar de la luna tiende en plata su urdimbre;

Abandona la rada un lúgubre corsario,

Y después suena un timbre

En el vecindario.


Sobre el horizonte malva

De una mar argentina,

En curva de frente calva

La luna se inclina,

O bien un vago nácar disemina

Como la valva

De una madreperla a flor del agua marina.


Un brillo de lóbrego frasco

Adquiere cada ola,

Y la noche cual enorme peñasco

Va quedándose inmensamente sola.


Forma el tic-tac de un reloj accesorio,

La tela de la vida, cual siniestro pespunte.

Flota en la noche de blancor mortuorio

Una benzoica insispidez de sanatorio,

Y cada transeúnte

Parece una silueta del Purgatorio.


Con emoción prosaica,

Suena lejos, en canto de lúgubre alarde,

Una voz de hombre desgraciado, en que arde

El calor negro del rom de Jamaica.

Y reina en el espíritu con subconsciencie arcaica,

El miedo de lo demasiado tarde.


Tras del horizonte abstracto,

Húndese al fin la luna con lúgubre abandono,

Y las tinieblas palpan como el tacto

De un helado y sombrío mono.

Sobre las lunares huellas,

A un azar de eternidad y desdicha,

Orión juega su ficha

En problemático dominó de estrellas.


El frescor nocturno

Triunfa de tu amoroso empeño,

Y domina tu frente con peso taciturno

El negro racimo del sueño.

En el fugaz desvarío

Con que te embargan soñadas visiones,

Vacilan las constelaciones;

Y en tu sueño formado de aroma y de estío,

Flota un antiguo cansancio

De Bizancio...


Languideciendo en la íntima baranda,

Sin ilusión alguna

Contestas a mi trémula demanda.

Al mismo tiempo que la luna,

Una gran perla se apaga en tu meñique;

Disipa la brisa retardados sonrojos;

Y el cielo como una barca que se va a pique,

Definitivamente naufraga en tus ojos.


Y eso es todo por hoy. En nuestro siguiente episodio, el escritor paraguayo-español Rafael Barret, nos cuenta la historia de una poeta que es visitado por la señora Muerte, y se enamora de ella. ¡Hasta el siguiente cuento o historia! Adiós, adiós.


*

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Nos escuchamos pronto, adiós, adiós.


Bibliografía


The Oxford Book of Latin American Short Stories. Edited by Roberto González Echavarría. Oxford University Press. 1997.


Las Fuerzas Extrañas, Leopoldo Lugones. Arnoldo Moen y Hermano, Editores. Florida 323. Buenos Aires. 1906. PDF download – descarga: https://www.gba.gob.ar/sites/default/files/cultura/archivos/LAS%20FUERZAS%20EXTRA%C3%91AS.pdf


Poem "Death of the Moon," by Leopoldo Lugones, translated by Janet Brasset. Poetry Foundation. Url: https://www.poetryfoundation.org/poetrymagazine/browse?volume=62&issue=2&page=25


Article: "Apocalyptic Vision and Modernism's Dismantling of Scientific Discourse: Lugones's 'Yzur'." Howard M. Fraser. College of William and Mary. Published Hispania. Vol. 79, No. 1 (Mar., 1996), pp. 8-19 (12 pages). Published By: American Association of Teachers of Spanish and Portuguese



Web: Poemas del Alma. Muerte de la Luna, Leopoldo Lugones. Url: https://www.poemas-del-alma.com/leopoldo-lugones-la-muerte-de-la-luna.htm

Web: Ministerio de Cultura Argentina. Nombre del artículo: Leopoldo Lugones, una vida de luces y sombras. año: 17 de febrero del 2021. URL: https://www.cultura.gob.ar/luces-y-sombras-de-leopoldo-lugones_7137/

Web: EcuRed. Nombre del artículo: Leopoldo Lugones. URL: https://www.ecured.cu/Leopoldo_Lugones

Web: Biografias.es Nombre del artículo: Leopoldo Lugones. URL: https://www.biografias.es/famosos/leopoldo-lugones.html

Web: CVC Rinconete. Nombre del artículo: Precursores de la minificción latinoamericana, Leopoldo Lugones. Por Juan Armando Epple. Año: 16 de nero de 2006 URL: https://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/enero_06/16012006_02.htm

Web: El historiador.com.ar Nombre del artículo: 6 de Septiembre de 1930, Crónica de un golpe anunciado. URL: https://www.elhistoriador.com.ar/6-de-septiembre-de-1930-cronica-de-un-golpe-anunciado/


Música


Alone - Aakash Gandhi

Argonne - Zachariah Hickman

Satan's Choir - Coyote Hearing


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Chomatic3Fantasia - Classical Rousing by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

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Egmont Overture by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

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Dhaka by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

Source: http://incompetech.com/music/royalty-free/index.html?isrc=USUAN1400003

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Ghost Story by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

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