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Carolina Quiroga-Stultz

40 - Ciencia Ficción


¿Qué pasaría si los humanos fueran reemplazados por las maquinas? El español Miguel de Unamuno cuenta la historia de un hombre que perdido en el desierto tiene una visión de un lugar, que, como el desierto, parece lleno y vacío, finito e infinito, silencioso y opresivo, un mundo poblado por máquinas.


En los comentarios hablamos de la inteligencia artificial, sus ventajas y amenazas, y exploramos la oposición de Unamuno al cientificismo.



Variación xii

Pedro Salinas


¡Qué hermosa es la ciudad, oh Contemplado,

que eriges a la vista!

Capital de los ocios, rodeada

de espumas fronterizas,

en las torres celestes atalayan

blancas nubes vigías.

Flotante sobre el agua, hecha y deshecha

por luces sucesivas,

los que la sombra alcázares derrumba

el alba resucita.

Su riqueza es la luz, la sin moneda,

la que nunca termina,

la que después de darse un día entero

amanece más rica.

Todo en ella son canjes -ola y nube,

horizonte y orilla-,

bellezas que se cambian, inocentes

de la mercadería.

Por tu hermosura, sin mancharla nunca

resbala la codicia,

la que mueve el contrato, nunca el aire

en las velas henchidas,

hacia la gran ciudad de los negocios,

la ciudad enemiga.

No hay nadie, allí, que mire; están los ojos

a sueldo, en oficinas.

Vacío abajo corren ascensores,

corren vacío arriba,

transportan a fantasmas impacientes:

la nada tiene prisa.

Si se aprieta un botón se aclara el mundo,

la duda se disipa.


Fragmento del poema de Pedro Salinas Variación XII. Tomado de https://hellopoetry.com/poem/1980381/variacion-xii/


*


Bienvenidos queridas y queridos oyentes de Tres Cuentos, el podcast bilingüe dedicado a las narrativas literarias, históricas y tradicionales latinoamericanas. Soy Carolina Quiroga-Stultz, y hoy continuamos con la Ciencia Ficción Hispanoamericana.

La introducción de este episodio es un fragmento del poema “Variación XII” del español Pedro Salinas y Serrano, en el cual establece una oposición entre la pureza del mar y la fealdad de la ciudad del comercio. Escogí este poema como antesala al tema de hoy.

*


Llegué a la obra del español Don Miguel de Unamuno cuando leí el libro en inglés Cosmos Latinos, An Anthology of Science Fiction from Latin America and Spain, (Cosmos Latinos: Antología de la Ciencia Ficción Latinoamericana y de España), editado por Andrea L. Bell & Yolanda Molina-Gavilán, publicado por Wesleyan University Press.

Alguien pensará, que es curioso llegar a la obra de un autor español a través de su traducción en inglés, pero a veces hay que dar algunos rodeos para encontrar el origen.

Cuando leí el cuento de Unamuno, Mecanopolis, fue como "obsesión a primera lectura". Sentí que debía averiguar más acerca del autor. Leí otros de sus cuentos y terminé leyendo una tesis de cerca de 300 páginas sobre la vida y obra de Unamuno.


Me obsesioné con saber por qué el autor había concebido un mundo sin humanos. Rara vez me ha pasado esto, pero después de aprender más sobre su vida y las numerosas cartas que escribió, su obsesión se hizo mía. Lo llamaré "el efecto Unamuno".


En esta ocasión hemos contado con la colaboración de Florencia Puddington, quien leyó Mecanópolis, y Yamid Zuluaga, quien leyó Los Viajes de Turismundo. Florencia y Yamid son los anfitriones del podcast literario Contratapas. Por supuesto, les contaré más acerca de ellos cuando lleguemos a los comentarios.


Un hombre perdido en el desierto tiene una visión de un lugar, que, como el desierto, parece lleno y vacío, finito e infinito, silencioso pero opresivo, un mundo poblado por máquinas.



Mecanópolis

Por Miguel de Unamuno

Leído y adaptado por María Florencia Puddington



Leyendo en Erewhon, de Samuel Butler, lo que nos dice de aquel erewhoniano que escribió el «Libro de las máquinas», consiguiendo con él que se desterrasen casi todas las de su país, hame venido a la memoria el relato del viaje que hizo un amigo mío a Mecanópolis, la ciudad de las máquinas. Cuando me lo contó temblaba todavía del recuerdo, y tal impresión le produjo, que se retiró luego durante años a un apartado lugarejo en el que hubiese el menor número posible de máquinas.


Voy a tratar de reproducir aquí el relato de mi amigo, y con sus mismas palabras, a poder ser.


Llegó un momento en que me vi perdido en medio del desierto; mis compañeros, o habían retrocedido, buscando salvarse, como sí supiéramos hacia dónde estaba la salvación, o habían perecido de sed y de fatiga. Me encontré solo y casi agonizando de sed.


Me puse a chupar la sangre negrísima que de los dedos me brotaba, pues los tenía en carne viva por haber estado escarbando con las manos desnudas al árido suelo, con la loca esperanza de alumbrar alguna agua en él.


Cuando ya me disponía a acostarme en el suelo y cerrar los ojos al cielo, implacablemente azul, para morir cuanto antes y hasta procurarme la muerte conteniendo la respiración o enterrándome en aquella tierra terrible, levanté los desmayados ojos y me pareció ver algo verde a lo lejos: «Será un ensueño de espejismo», pensé; pero fui arrastrándome.


Fueron horas de agonía; más cuando llegué, me encontré, en efecto, en un oasis. Una fuente restauró mis fuerzas, y después de beber comí algunas sabrosas y suculentas frutas que los árboles brindaban liberalmente. Luego me quedé dormido.


No sé cuántas horas estaría durmiendo, y si fueron horas, o días, o meses, o años. Lo que sé es que me levanté otro, enteramente otro. Los horrendos padecimientos se habían borrado de la memoria o poco menos. «¡Pobrecillos!», me dije al recordar a mis compañeros de exploración muertos en la empresa.


Me levanté volví a comer fruta y beber agua, y me dispuse a recorrer el oasis. Y he aquí que a los pocos pasos me encuentro con una estación de ferrocarril, pero enteramente desierta. No se veía un alma en ella.


Un tren, también desierto, sin maquinista ni fogonero, estaba humeando. Se me ocurrió subir, por curiosidad, a uno de sus vagones. Me senté en él; cerré, no sé por qué, la portezuela, y el tren se puso en marcha. Experimenté un loco terror y me entraron ganas de arrojarme por la ventanilla. Pero diciéndome: «Veamos en qué para esto», me contuve.


Era tal la velocidad del tren, que ni podía darme cuenta del paisaje circunstante. Tuve que cerrar las ventanillas. Era un vértigo horrible. Y cuando el tren al cabo se paró, me encontré en una magnífica estación muy superior a cuantas por acá conocemos. Me apeé y salí.


Renuncio a describirte la ciudad. No podemos ni soñar todo lo que de magnificencia, de suntuosidad, de comodidad y de higiene estaba allí acumulado. Por cierto, que no me daba cuenta para qué todo aquel aparato de higiene, pues no se veía ser vivo alguno. Ni hombres, ni animales. Ni un perro cruzaba la calle; ni una golondrina, el cielo.


Vi en un soberbio edificio un rótulo que decía: Hotel, escrito así, como lo escribimos nosotros, y allí me metí. Completamente desierto. Llegué al comedor. Había en él dispuesta una muy sólida comida. Una lista sobre la mesa, y cada manjar que en ella figuraba con su número, y luego un vasto tablero con botones numerados. No había sino tocar un botón y surgía del fondo de la mesa el plato que se deseara.


Después de haber comido salí a la calle. La cruzaban tranvías y automóviles, todos vacíos. No había sino acercarse, hacerles una seña y paraban. Tomé un automóvil y me dejé llevar. Fui a un magnífico parque geológico, en que se mostraba los distintos terrenos, todo con sus explicaciones en cartelitos. La explicación estaba en español, sólo que con ortografía fonética.


Salí del parque; vi que pasaba un tranvía con este rótulo: «Al Museo de Pintura», y lo tomé. Había allí todos los cuadros más famosos y en sus verdaderos originales. Me convencí de que cuantos tenemos por acá, en nuestros museos, no son sino reproducciones muy hábilmente hechas. Al pie de cada cuadro una doctísima explicación de su valor histórico y estético, hecha con la más exquisita sobriedad. En media hora de visita allí aprendí sobre pintura más que en doce años de estudio por aquí.


Por una explicación que leí en un cartel de la entrada vi que en Mecanópolis se consideraba al Museo de Pintura como parte del Museo Paleontológico. Era para estudiar los productos de la raza humana que había poblado aquella tierra antes que las máquinas la suplantaran. Parte de la cultura paleontológica de los mecanopolitas -¿quiénes?- eran también la sala de música y las más de las bibliotecas, de que estaba llena la ciudad.


¿A qué he de molestarte más? Visité la gran sala de conciertos, donde los instrumentos tocaban solos. Estuve en el Gran Teatro. En un cine acompañado de fonógrafo, pero de tal modo, que la ilusión era completa. Pero me heló el alma el que yo era el único espectador. ¿Dónde estaban los mecanopolitas?


Cuando a la mañana siguiente me desperté en el cuarto de mi hotel, me encontré, en la mesilla de noche, El Eco de Mecanópolis, con noticias de todo el mundo recibidas en la estación de telegrafía sin hilos. Allá, al final, traía esta noticia: «Ayer tarde arribó a nuestra ciudad, no sabemos cómo, un pobre hombre de los que aún quedaban por ahí. Le auguramos malos días».


Mis días, en efecto, empezaron a hacérseme torturantes. Y es que empecé a poblar mi soledad de fantasmas. Es lo más terrible de la soledad, que se puebla al punto. Di en creer que todas aquellas máquinas, aquellos edificios, aquellas fábricas, aquellos artefactos, eran regidos por almas invisibles, intangibles y silenciosas. Di en creer que aquella gran ciudad estaba poblada de hombres como yo, pero que iban y venían sin que los viese ni los oyese ni tropezara con ellos.


Me creí víctima de una terrible enfermedad, de una locura. El mundo invisible con que poblé la soledad humana de Mecanópolis se me convirtió en una martirizadora pesadilla. Empecé a dar voces, a increpar a las máquinas, a suplicarlas.


Llegué hasta caer de rodillas delante de un automóvil, implorando de él misericordia. Estuve a punto de arrojarme, aterrado, cogí el periódico, a ver lo que pasaba en el mundo de los hombres, y me encontré con esta noticia: «Como preveíamos, el pobre hombre que vino a dar, no sabemos cómo, a esta incomparable ciudad de Mecanópolis, se está volviendo loco. Su espíritu, lleno de preocupaciones ancestrales y de supersticiones respecto al mundo invisible, no puede hacerse al espectáculo del progreso. Le compadecemos».


No pude ya resistir esto de verme compadecido por aquellos misteriosos seres invisibles, ángeles o demonios -que es lo mismo-, que yo creía que habitaban Mecanópolis. Pero de pronto me asaltó una idea terrible, y era la de que las máquinas aquellas tuviesen su alma, un alma mecánica, y que eran las máquinas mismas las que me compadecían. Esta idea me hizo temblar. Creí encontrarme ante la raza que ha de dominar la tierra deshumanizada.

Salí como loco y fui a echarme delante del primer tranvía eléctrico que pasó.


Cuando desperté del golpe me encontré de nuevo en el oasis de donde partí. Eché a andar, llegué a la tienda de unos beduinos, y al encontrarme con uno de ellos, le abracé llorando. ¡Y qué bien nos entendimos aun sin entendernos! Me dieron de comer, me agasajaron, y a la noche salí con ellos, y tendidos en el suelo, mirando al cielo estrellado, oramos juntos. No había máquina alguna en derredor nuestro.


Y desde entonces he concebido un verdadero odio a eso que llamamos progreso, y hasta a la cultura, y ando buscando un rincón donde encuentre un semejante, un hombre como yo, que llore y ría como yo río y lloro, y donde no haya una sola máquina y fluyan todos los días con la dulce mansedumbre cristalina de un arroyo perdido en el bosque virgen.


FIN



Comentario


Muy bien, regresemos a la realidad y dejemos atrás aquel lugar desértico hecho por maquinas. Esperemos que la espantosa visión de aquel viajero se quede tan solo como un mal sueño y jamás se materialice en el futuro de nuestra humanidad.


Pero antes de contarles más acerca de Don Miguel de Unamuno, y de por qué acabe leyendo una tesis de casi 300 páginas acerca de su vida y obra, mejor les presento las voces que contribuyeron al episodio de hoy.



Derecha a izquierda: Yamid Zuluaga y Florencia Puddington.


Florencia Puddington, quien nos deleitó con el primer cuento, es licenciada y profesora en letras, egresada de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Yamid Zuluaga, quien nos leerá el cuento final, es escritor y comunicador social, egresado de la Universidad de Pamplona, en Colombia.


Esta argentina y este colombiano producen y presentan el programa literario Contratapas. Un podcast pensado para quienes aman la lectura y se quedan con ganas de compartir sus reflexiones con alguien más.


Pueden escuchar Contratapas y acompañar sus lecturas en las plataformas Ivoox, Castbox y Spotify. También los encuentras en Youtube como Contratapas Podcast y en la página web www.outfears.com.


Animo a las y los escuchas a buscar a Contratapas y seguirlos en Instagram como #contratapaspodcast, y enterarse de sus próximas lecturas. Por cierto, en unas semanas, me escucharan en Contratapas hablando con Florencia y Yamid acerca de unos de mis autores favoritos el portugués José Saramago.


Por otra parte, quería compartir con ustedes que el año anterior Tres Cuentos fue seleccionado para participar en un entrenamiento intensivo ofrecido por el programa The Google Podcast Creator Program. Estamos super contentos y agradecidos de tener esta oportunidad de aprender más cómo pulir y mejorar nuestro programa.


El entrenamiento va de principios de mayo y hasta finales de julio. Esto significa que después del último episodio de la temporada de Ciencia Ficción nos volverán a escuchar en agosto. Pero no crean que no los estaré extrañando y que no necesitaré de vuestra ayuda. Parte del entrenamiento consiste en escuchar las sugerencias y opiniones de nuestros oyentes.

Así que hágannos un gran favor, si no lo han hecho aún, suscríbanse a nuestra lista de correos, y contáctenos en tres.cuentos.podcast@gmail.com. Mándenos un saludito, y de pasó nos cuentan que les gusta del programa, y qué más quieren escuchar. Y por supuesto, compartan sus episodios favoritos. ¡Mil gracias!


Muy bien, es hora de hablar acerca de la ciencia ficción. Después de que salió el primer episodio de esta temporada hace un par de semanas, leí algunos de los comentarios que la gente deja en Facebook. Me reí. Algunos parecían haber tomado la historia "Finis" del argentino Santiago Dabove, muy en serio. Incluso recibí unos versos de la Biblia.


Es interesante el efecto que un cuento como este tiene en las personas, aun cuando está ubicado en un futuro muy distante. Lo cierto es que una buena parte de la humanidad está obsesionada con la muerte. A muchos les encantaría encontrar el elixir de la eterna juventud.

Recuerdo a un amigo en Colombia que quería vivir para siempre, y una pariente lamentando que una vez fuimos inmortales, pero que debido a una siniestra mujer que no nombraré, perdimos dicho privilegio.


A eso digo, ahórrenme la inmortalidad. Soy feliz sabiendo que algún día descansaré en paz.

La verdad es que sólo las historias son inmortales. Entonces, alguien preguntará, si las historias son lo que nos sobrevive ¿quién transmitirá las historias inventadas y vividas por la humanidad, los humanos o las máquinas?


¿Acaso importa? Si y no. Pensemos en lo siguiente: probablemente los futuros humanos verán en nuestras historias algo que aprender, mientras que las máquinas lo verán como un mal código o virus, o una molesta curiosidad. De cualquier manera, es mejor vivir el presente al máximo.


Y ya que nos hemos sumergido en el tema del futuro de la humanidad, exploremos el artículo en inglés, Artificial Intelligence Is Our Future. But Will It Save Or Destroy Humanity? Here's a rundown of what the world's greatest minds think (La Inteligencia artificial es nuestro futuro. ¿Pero salvará o destruirá a la humanidad?), escrito por Patrick Caughill, publicado en la revista digital Futurism.


Lo cierto es que, el rápido desarrollo de los sistemas y la tecnología de Inteligencia Artificial (IA) es prácticamente imparable. Caughill cita algunos expertos quienes creen "que los seres humanos estarán mucho mejor en manos de sistemas avanzados de Inteligencia Artificial, mientras que otros piensan que la Inteligencia Artificial conducirá a nuestro inevitable fin".

Alguien puede preguntar, ¿cómo es eso posible? Bueno, aquí hay algunas pistas.


El físico teórico Stephen Hawking y el emprendedor Elon Musk, ya manifestaron que el problema no es el desarrollo de la Inteligencia Artificial, sino que debería haber regulaciones gubernamentales para evitar que algún país tenga delirios de grandeza.


Caughill relata que por ejemplo "el presidente ruso Vladimir Putin avivó recientemente este temor en una reunión con estudiantes rusos cuando dijo, el que se convierta en el líder en esta esfera será el gobernante del mundo. Estos comentarios validaron aún más la posición de Elon Musk- quien tuiteó que la carrera por la superioridad de la Inteligencia Artificial es la causa más probable de la tercera guerra mundial".


Entonces, ¿será que podríamos ubicar la historia de Unamuno, "Mecanópolis", como una secuela de aquella potencial guerra mundial? Es decir, un mundo gobernado y habitado únicamente por máquinas debido a la autoextinción de la humanidad. Quizás. O tal vez, el preludio de la historia de Unamuno se desarrolla en la dirección opuesta de la guerra.

Este otro escenario es aquel en el que la tecnología de Inteligencia Artificial se desarrolla lentamente hacia una especie de conciencia.


Patrick Caughill cita la predicción hecha por Seth Shostak, el principal astrónomo del Instituto SETI (búsqueda de inteligencia extraterrestre), quien dijo "La primera generación [de IA] sólo va a hacer lo que les digamos; sin embargo, hacia la tercera generación, la Inteligencia Artificial o los robots tendrán su propia agenda".


Pero no saquen sus bates y comiencen a destruir la tecnología que les rodea por miedo a ser potencialmente superados por ella. No es necesario. Shostak, descarta que los humanos se conviertan en esclavos de la Inteligencia Artificial. En cambio, predice que "los humanos simplemente se volverán irrelevantes para estas máquinas hiperinteligentes". Shostak piensa que "estas máquinas existirán en un plano intelectual tan por encima de los humanos que, en el peor de los casos, no seremos más que una molestia tolerable". Como lo que vimos en "Mecanópolis".


En este último escenario, donde somos una molestia tolerable, nuestra futura descendencia podría parecer más una mezcla entre la gente de las películas Wall-E e Idiocracia: una humanidad extremadamente obesa, incapaz de caminar, y dócil o tonta. Por supuesto, ambas películas tienen finales positivos donde los humanos se ponen en forma, caminan de nuevo, y desempolvan sus cerebros, retomando las riendas de sus destinos.





Pero no se preocupen, aquí viene la mejor noticia -aunque algunos no estarían de acuerdo, a veces me cuento entre ellos- donde la Inteligencia Artificial mejora nuestro cerebro y nuestros cuerpos.


Meditemos por un momento. Hoy día las prótesis han avanzado bastante, y continúan probando que perder una extremidad no es un impedimento para continuar con una vida normal. Tal vez en nuestro futuro, nos hemos integrado con máquinas, y seremos un hibrido de dos especies. Por supuesto ya no nos llamarán humanos.


Y hablando de integración humano-máquina, permítanme citar un par de párrafos del artículo en inglés Artificial Intelligence and Reality of Human-Machine Integration (Inteligencia Artificial y Realidad de integración humano-máquina), publicado en la revista digital Scienceooze, el 14 de febrero del 2021.


El artículo comienza con una fatal advertencia. Dice, "Con el desarrollo de la integración humano-máquina, la integración optomecánica, la bioingeniería, los robots bioquímicos y el progreso integral de la ciencia del sistema, las computadoras autónomas tendrán suficiente rendimiento conductual, y luego realmente se separarán del control total de los seres humanos y tendrán un pensamiento inteligente autónomo".


El artículo continúa con un tono sombrío, diciendo que "los científicos incluso presentaron una predicción: antes de finales del siglo XXI, los humanos ya no serán la especie más inteligente de la Tierra". Una vez más esto me suena a lo que don Miguel de Unamuno imagino como la peor pesadilla. Alerta, nuestro próximo episodio tendrá que ver con eso, pero no dañaré la sorpresa, pues no es lo que se esperan.


Y es debido a esta preocupación de que seamos superados por nuestra propia creación, que varias voces en los campos de la tecnología y la ciencia han expresado su preocupación y sugerido una tercera opción para lidiar con tal dilema "si no puedes vencer a tus enemigos, úneteles". Volvemos a la integración humano-máquina y al desarrollo de la superinteligencia.

El artículo concluye diciendo que "Tal vez en un futuro no muy lejano, el hombre-maquina-bioquímico-cooperativo puede volar como Iron Man, manipulando armas como un guerrero mecha, reescribiendo la trayectoria de la vida, viajando a través del tiempo y el espacio, e incluso existir sin características materiales".


Tal vez en unos 50 años, veremos al hombre volando con alas artificiales tal cual, como Prescott, el personaje de nuestro último episodio en la historia de Santiago Dabove, Finis. O podríamos ver las cabezas de celebridades preservadas funcionando sin cuerpos, como en el programa de televisión Futurama creado por Matt Groening y David X. Cohen. ¡Vaya, que forma tan incómoda de hacernos inmortales!


Y hay mucho más que podría decir sobre este intrigante e incómodo tema de la integración del hombre con la máquina, pero prefiero cambiar la marcha y hablar del autor de hoy y su crítica a aquellos que idealizaron la ciencia.


Cuando inicié mi investigación sobre la literatura de ciencia ficción hispanoamericana, me pregunté qué impulsa a una persona a escribir ciencia ficción. ¿Acaso un ejercicio de imaginación? ¿O una fascinación por el futuro no escrito, o una insatisfacción con la realidad actual que sólo puede expresarse a través de una narrativa futurista?


Bueno, como no pude encontrar mucho sobre el pensamiento de Santiago Dabove, el autor del episodio pasado, pensé que, si leía una tesis de 300 páginas sobre Unamuno, podría entender sus sentimientos, razones e influencias cuando escribió Mecanópolis. Por supuesto, encontré más que eso.


La tesis escrita por Clara Fernández Díaz-Rincón se titula "Crítica al Cientificismo de Miguel de Unamuno".


No intentaré resumir la vida de Unamuno porque es casi imposible, así que perdóname si omito algunos detalles en mi humilde recuento. Sólo mencionaré aquellos aspectos que, en mi opinión, ayudan a explicar más por qué escribió "Mecanópolis". Pero si el oyente considera que hay otros detalles y argumentos convincentes, no duden en enviarnos un correo electrónico a tres.cuentos.podcast@gmail.com. Me encantaría aprender más.


Don Miguel de Unamuno y Jugo nació en Bilbao, el 29 de septiembre de 1864, y murió en Salamanca, el 31 de diciembre de 1936. Fue un escritor y filósofo español perteneciente a la Generación del 98. En su obra cultivó una gran variedad de géneros literarios como la novela, el ensayo, el teatro y la poesía.


Don Miguel de Unamuno perdió a su padre a principios de 1870 cuando el niño tenía seis años. Así, es como crece bajo la influencia femenina de su madre, Salomé, y de su abuela materna Benita, quien se hizo cargo de ellos. Don Miguel es criado por una estricta y muy religiosa madre católica quien estaba decidida a hacer de su hijo, como Miguel lo dijo, un "devoto del más alto grado, con devoción que pica en lo que suelen llamar (o mal llamar) misticismo".


Durante su adolescencia, Unamuno se convirtió en un ávido lector de historia, derecho, filosofía, ciencias sociales y políticas, y la ciencia en general. Cuando cumple 16 años, el joven Miguel deja a su familia para cursar un título en la capital española, Madrid.


Para un joven provincial, este traslado a una ciudad más grande fue bastante impactante. Unamuno experimentó una metrópoli superficial, donde nadie se escuchaba, y las conversaciones eran inútiles. Es posible que vean algunos de estos sentimientos reflejados en el cuento con el que cerraremos el programa de hoy, “Los viajes de Turismundo”.


Clara Fernández Díaz-Rincón cuenta que la soledad que vivió Unamuno durante su primer año en Madrid le llevó a aferrarse tan fuertemente a sus creencias religiosas que su fe era casi mística. Pero, con el paso del tiempo, Unamuno interactúa cada vez más con su entorno y sus convicciones religiosas comienzan a desvanecerse.


Gradualmente el joven Miguel comienza a abandonar su fe y abrazar posturas intelectuales. Como él mismo lo dijo, "Mi conversión religiosa fue evolutiva y lenta [...] habiendo sido un católico practicante y fervoroso, dejé de serlo poco a poco [...] Y un día de carnaval (lo recuerdo bien), dejé de pronto de oír misa. Entonces me lancé a una carrera vertiginosa a través de la filosofía. Aprendí alemán en Hegel, en el estupendo Hegel, que ha sido uno de los pensadores que más honda huella han dejado en mí. Hoy mismo creo que el fondo de mi pensamiento es hegeliano. Luego me enamoré de Hebert Spencer, pero siempre lo interpretándole hegelianamente. Y siempre volvía a mis preocupaciones y lecturas del problema religioso, que es lo que me ha preocupado siempre".


Digo yo, ya habrá más de uno que se identifique con esta etapa de la vida de Unamuno.

En 1883, Miguel termina sus estudios y se gradúa con un título en Filosofía y Letras, y regresa a su ciudad natal, Bilbao. El joven regresa, con la intención de encontrar trabajo y casarse con su amaba Concha. Sin embargo, es evidente que Don Miguel no es el mismo joven que partió en 1880.


Su madre y su prometida siguen siendo devotas católicas, y la indiferencia religiosa de Miguel las toma por sorpresa, afectando la relación con su madre. A ello hay que añadir que su natal, Bilbao, se había expandido demográficamente. Pasó de ser un pequeño pueblo de 32.000 personas en 1877 a duplicarse a 70.000 en 1893. La ciudad había adoptado el progreso de la industrialización, y era ahora un importante centro minero. Este visible cambio en su querida ciudad también conmocionó a Unamuno.


Finalmente, Don Miguel se muda a Salamanca, y comienza una familia con su amada Concha. En total, tuvieron nueve hijos. Su familia fue su consuelo y alegría, por lo que cuando en 1902, su hijo de seis años Raimundo muere, Unamuno queda devastado.


Clara Fernández Díaz-Rincón nos cuenta que, en las últimas horas de Raimundo, Unamuno va al convento de San Esteban y reza, buscando su fe perdida. En cierto modo, siente que Dios lo está castigando. A partir de entonces, Miguel de Unamuno se obsesiona con encontrar la fe simple de los viejos tiempos, buscando romper el silencio de Dios, y con el tiempo termina rechazando la bandera del intelectualismo.


Pero Don Miguel, no fue el único desgarrado por ideas contradictorias, España también lo estaba. El siglo XIX fue una época convulsa en la historia española. A lo largo del siglo, España comienza a perder el control sobre la mayoría de sus colonias en el mundo. Luego, en 1898, España pierde la guerra hispano-estadounidense, poniendo fin al dominio colonial español en las Américas y dando lugar a la adquisición estadounidense de territorios en el Pacífico occidental y América Latina.


Para rematar, internamente, el país estaba en una confrontación social y política interna constante, que hizo que todos los demás asuntos, como la filosofía, la ciencia y la cultura, fueron ignorados. En consecuencia, España toma el asiento trasero en el tren del progreso, mientras ve a Europa dirigirse rápidamente hacia los avances forjados por la era de la industrialización.


Esta sensación de la falta de dirección de España fue un factor determinante para una generación de intelectuales llamada "la generación del 98", -a la que pertenecía Unamuno- la cual abogó por encontrar soluciones dentro del territorio hispano, y volver a las viejas costumbres en lugar de ponerse al día con Europa.


Por lo tanto, vamos a hacer un paréntesis para hablar brevemente de la revolución industrial del siglo XIX porque siento que el miedo que su impacto tuvo en la sociedad es palpable en cuento de "Mecanópolis".


Sabemos que la revolución industrial trajo importantes inventos a expensas de agitar el caos social y político. A escala mundial, forzó una transición para la cual la mayoría de las sociedades no estaban preparadas, pasaron de ser sociedades tradicionales a sociedades modernas e industriales, y al mismo tiempo dio lugar a una nueva clase social, el proletariado urbano.


En este punto, citaré al historiador israelí Yuval Noah Harari en su conferencia sobre Sapiens: Una breve Historia de la Humanidad, que se puede encontrar en Youtube. Les dejaré el enlace en la transcripción de este episodio.


En mi parecer Harari resume bastante bien el lío que generó la revolución industrial.

Yuval dice: "La mayor parte de los problemas de la historia política del siglo XIX y XX, giró en torno a los nuevos problemas de la sociedad industrial, que no pudieron ser resueltos utilizando las ideologías, religiones e historias tradicionales de la humanidad. Por supuesto, una de las primeras reacciones -que siempre ocurre- a tal agitación tecnológica y social, es tratar de volver a las viejas historias para encontrar algo de seguridad [...] cuando hay un gran cambio que destruye viejas instituciones y formas de vida, y crea religiones completamente nuevas, en primer lugar, los humanos tratan de aferrarse a algo estable, para encontrar seguridad. [...] Esto sucedió en el siglo XIX durante la revolución industrial. Una de las primeras reacciones contra la revolución industrial fue una ola de fundamentalismo religioso en todo el mundo".


Ahora digo yo, casi pareciera que estamos entrando en una segunda ola de fundamentalismo en el mundo. A los humanos siempre nos gusta repetir.


Así que, volviendo a las historias que se refieren al episodio de hoy, ahora podemos ver que el mundo en el que vivió Unamuno estaba patas arriba.


En resumen, España está dividida entre los tradicionalistas, a menudo respaldados por la iglesia católica, y los innovadores, que querían que el país alcanzara el progreso de Europa. Los efectos de este conflicto fueron visibles en el ámbito educativo, donde Unamuno fue profesor, y finalmente Rector de la Universidad de Salamanca.


En el frente educativo, Unamuno estaba cansado de la rutina y burocracia del sistema educativo español. Para él, no había interés en aprender, sino en repetir fórmulas como credos. Los profesores estaban más interesados en ganar prestigio que en enseñar.

En sus palabras, "es inútil que nos atiborren de noticias y fórmulas, y leyes y datos la memoria; [que] no nos impulsan el espíritu. Compramos la máquina al extranjero - la ciencia es una máquina - y aprendemos a manejarla, pero si se descompone, no sabemos ya arreglarla, y sobre todo, lo que no sabemos es hacer máquinas que funcionen".


Don Miguel define a la universidad como una "fábrica de licenciados en derecho, medicina, farmacia, ciencias y letras, una oficina pública en que mediante tales o cuales pruebas se le da a un ciudadano un título que le permite el monopolio de una profesión o que le habilita para ciertos empleos".


En resumen, Unamuno pregunta ¿si la universidad debe producir técnicos profesionales o fomentar una cultura superior? Me atrevo a pensar que tal vez las máquinas de "Mecanópolis" también reflejan una sociedad utilitaria, donde sus trabajadores son como autómatas o técnicos, casi sin alma y atados a los principios de eficiencia, donde no hay lugar para el pensamiento crítico.


Clara Fernández Díaz-Rincón dice que Unamuno eran un gran observador que pensaba que a todos los niveles -educativo, político, cultural…- "se está priorizando y alabando la técnica, y sobre todo, se está identificando la técnica con el progreso. Así se está generando un “tecnicismo”, un desarrollo de saberes prácticos que desdeñan el saber por saber. Esto tendría dos importantes consecuencias, una conectada con la otra: [donde] se sobrevalora a la técnica y de ahí que la técnica acabe deshumanizándonos. Por esto, no debe extrañarnos que [Don Miguel] diga que le tiene miedo a la técnica".


En otras palabras, los trabajadores sólo son valorados por su eficiencia, técnica y capacidad para producir excelentes resultados, pero son pasados por alto como seres humanos con ideas, sentimientos y necesidades.


Les animo a ver la película muda de Charles Chaplin, "Tiempos modernos", una sátira del sistema de líneas de producción en Detroit, donde los trabajadores son como piezas de una maquinaria.


Es difícil precisar qué evento específico llevó a Unamuno a dar la espalda a las ideas intelectuales. Creo que fue la suma de la pérdida de su hijo, la sensibilidad del escritor, sus críticas al sistema educativo español, y los efectos de la revolución industrial en el mundo, y en España.


Sin embargo, aunque Unamuno critica a los intelectuales, no se opone a la ciencia. Por lo contrario, dice "En la amargura de la desilusión se ha llegado a culpar a la inocente ciencia, echándole en cara que ha hecho bancarrota, como si fuese ella rea del intelectualismo. El fracaso es del intelectualismo, no de la pobre ciencia. Quisimos ser dioses por la ciencia del bien y del mal, y esta ciencia nos ha mostrado nuestra desnudez, de que nos avergonzamos ante Dios y esa ciencia misma nos condena al trabajo y a la muerte".


En otras palabras, la ciencia debe ser valorada por los descubrimientos que nos revela, pero no debemos depositar todas nuestras esperanzas en ella porque no puede salvarnos de la muerte ni consolarnos en la hora más triste.


Como vemos, Unamuno no estaba en contra de la ciencia o el progreso, sino que se oponía al fanatismo creado a su alrededor. Además, el autor estaba consternado por la falta de comprensión de la ciencia, especialmente porque la mayoría de los nuevos inventos venían de fuera. En lugar de empoderar a la gente para crear, imaginar, innovar, la gente se estaba convirtiendo en meros consumidores con un sentido de inferioridad.


Y para ir concluyendo, creo que una de las reflexiones más existenciales de Unamuno respecto a la ciencia fue: "Sí, sí, lo veo; una enorme actividad social, una poderosa civilización, mucha ciencia, mucho arte, mucha industria, mucha moral, y luego, cuando hayamos llenado el mundo de maravillas industriales, con grandes fábricas, de caminos, de museos, de bibliotecas, caeremos agotados al pie de todo esto, y quedará, ¿para quién? ¿Se hizo el hombre para la ciencia, o se hizo ciencia para el hombre?".


Y en esta nota reflectiva terminamos el programa de hoy. Les dejo con otro de los cuentos de Unamuno que, en cierto modo, se siente como una especie de continuación de “Mecanópolis. El cuento nos llega en la voz de Yamid Zuluaga, uno de los anfitriones del podcast literario Contratapas.



Las Peregrinaciones de Turismundo

Por Miguel de Unamuno

Narrado por Yamid Zuluaga





La ciudad de Espeja


Cuando ya el pobre Turismundo se creía en el páramo inacabable, a morir de hambre, de sed y de sueño al pie de un berrueco, al tropezar en un tocón vio a lo lejos, derretidas en el horizonte, las torres de una ciudad. Brotó sobre ellas, como una inmensa peonía que revienta, el Sol, y la ciudad centelleaba.

Recogió Turismundo lo que de vida le quedaba y fue hacia la ciudad que, según él, se le acercaba, y el sol subía en el cielo, engrandeciéndose ella. Mas cuando ya estaba a su entrada, el aire parecía espesarse y oponerle un muro.


Era, en efecto, un muro transparente e invisible. Siguió a lo largo de él, bordeando la ciudad, hasta que entró en ésta por una que parecía Puerta en el muro invisible.

Las calles, espaciosas y soleadas, estaban desiertas, aunque de vez en cuando pasaban por ella vehículos vacíos y que marchaban solos, sin nadie que los llevase ni guiase.

Las casas, todas de un piso, tenían, así como fisonomía humana; con sus ventanas y puertas y balcones, todo ello abierto de par en par, parecían observar al peregrino y a las veces sonreírle.


Turismundo había olvidado su hambre, su sed y su sueño.


Desde la calle podía verse el interior de las casas, abiertas a toda luz y todo aire. En casi todas ellas, junto a muebles relucientes, al lado de camas que convidaban al descanso, grandes cuadros con retratos de los dueños acaso, o de sus antepasados. Y ni una sola persona viva. De algunas casas salían tocatas como de armonio. Y llegó a ver por una ventana de un piso bajo, el armonio que sonaba. Sonaba solo; nadie lo tocaba.

Detrás de las tapias de los sendos jardinillos de las casas alzábanse cipreses en que piaban y chillaban bandadas de gorriones. Y de todo como que rezumaba una quietud apacible y luminosa.


Fue a dar Turismundo a una larga calle con soportales. Se asomó a una de las abiertas casas y descubrió una gran biblioteca. Los libros estaban todos al alcance de su mano. Pero siguió calle adelante, por los soportales, hasta ir a dar a una plaza espaciosísima, toda poblada de estatuas y cruces y obeliscos. Era un gran cementerio; el cementerio, sin duda, de la ciudad desierta. Hallándose en el cual oyó sacudir del cielo los toques de una campana, y entonces se le despertaron, con fuerza devoradora, el hambre, la sed y el sueño.


Entró en la primera calleja, luego en la primera casa —todas estaban abiertas-, y llegó a un comedor, en medio del cual y en mesa limpia había de comer y de beber en abundancia y a escoger. Comió y bebió, no mucho, pero hasta satisfacerse, y luego procurose la cama y cayó rendido de sueño sobre ella antes de poder desnudarse.


Cuando se despertó al día siguiente, Turismundo sentíase otro. Un indecible gozo de paz corría por sus entrañas. Fuese al comedor, desayunó un desayuno con aromoso y caliente café —¿hecho por quién?— y salió a la calle a descubrir mejor la ciudad. De cuando en cuando cruzaba algún vehículo vacío y un caballo solo y en pelo. Al pasar junto a la casa de la biblioteca entrose en ella, buscó un libro, el más a mano —y eso que estaba allí el catálogo y era facilísimo por él dar con cualquier otro-, y se puso a leerlo.


Cuando volvió a salir a las calles de la ciudad invadiole un extraño y misterioso sentimiento. Era como si una espesísima, pero invisible, intangible e inoíble muchedumbre humana le rodease. Sentíase entre un tropel de prójimos y como si se clavasen en él miles de miradas invisibles.


Y hasta sintió, en las entrañas y no en los oídos, el eco de risas silenciosas. Apretó el paso y la muchedumbre aquella no cesaba. Y no era, no, que le siguiesen; era que las calles y cantones y plazuelas y corrillos estaban todos atestados de aquella gente, a la que ni veía, ni oía, ni tocaba. Aunque a ratos sentía como voces misteriosas y el apretamiento de la muchedumbre.


Buscando encontrarse solo, alzó la voz para increpar a la turba invisible, silenciosa e implacable, y la sangre se le paró, helada de terror, en las venas, porque no se oyó a sí mismo. Parecía que el ámbito saturado de hombres, hecho de ellos, humanado —no humanizado-, ahogaba su voz y con ella le ahogaba a él. Y sintió hambre y sed y sueño de soledad; ansió con ansias mortales encontrarse solo, enteramente solo, viendo miradas y oyendo voces de hombres y de mujeres, tocando a prójimos. Y comprendió que la soledad, la verdadera soledad, la que le pone a uno cara a cara de Dios y lejos de sí mismo, es la que se logra en medio del tráfago y tumulto de la gente.


Quiso salir de la ciudad y no pudo. Ceñíale aquel muro invisible, aquella faja de aire hecho como acero. Y desesperado se volvió por entre aquella muchedumbre invisible, silenciosa e intangible, al cementerio central, a la gran plaza. Y paseándose, henchido de congoja, por entre las tumbas y las estatuas, en cuyo mármol cantaba el sol, vio que la hermosa laude se entreabría como la valva de una ostra. Al acercarse él cerrose. Se detuvo Turismundo, buscó luego una tranca y aguardó junto a la tumba. Y cuando la laude volvió a empezar a entreabrirse metió la tranca por la rendija e hizo fuerza como con una palanca.


(q) —¡No, por fuerza no! —dijo una voz que salía de la tumba.

Al poco rato salía a luz un enano huesudo y cetrino.

(t) —¿Y tú quién eres? —le preguntó Turismundo.

(q) —¿Yo? Yo soy Quindofa, y tú, Turismundo, desde hoy mi amo.

(t) —¿Qué hacías ahí?

(q) —¿Yo? ¿Qué hacía yo aquí? Pues yo hacía aquí, dormir.

(t) —Pues que me llamaste tu amo, ¿me enseñarás a salir de la ciudad?

(q) —¿De esta ciudad de Espeja? Sí, te enseñaré a salir de ella. Saldremos, y juntos correremos mundo.

(t) —¿Y esa muchedumbre invisible, silenciosa e impalpable que llena esta ciudad y no me deja solo un solo momento?

(q) —¿No te viste nunca en un cuarto cuyas cuatro paredes y el techo y el suelo fuesen seis espejos? ¡La de gente que te rodearía allí! ¡Pues esto y no otra cosa es lo que aquí te ocurre! Aquí todo es espejo.

(t) —Y cuando quise hablarles no me oí.

(q) —¡Es natural! El que habla solo y para sí solo, no se oye.

(t) —Pues ahora, al hablarte, me oigo.

(q) —Sí, porque yo, Quindofa, tu criado, te sirvo de eco. Si no repercutieran en mí y desde mí a ti tus palabras, no te oirías. Pero ahora vamos. Dame la mano.

Le dio Turismundo la mano a Quindofa, el enano huesudo y eterno, y sintió al punto que toda aquella muchedumbre invisible, silenciosa e intangible que llenara la ciudad se había recogido a sus moradas, y por las calles desiertas fueron hasta la misma puerta invisible por donde el peregrino había entrado. Y pronto se encontraron en el páramo.

(t) —¿Y ahora? —preguntó Turismundo.

(q) —¿Ahora? —contestó Quindofa-. ¿No ves allí, lejos, muy lejos, aquello que parece una nube? Pues aquello es la montaña Queda. Vamos a subir a ella y me agradecerás la visita. Es una de las cosas más maravillosas que en este nuestro mundo —el tuyo y el mío— pueden verse. ¡Y aquella águila! ¡Y aquellas abejas!

(Los Lunes de El Imparcial, Madrid, 9-I-1921)


Despedida


Y eso es todo por hoy. Regresaremos en dos semanas para concluir esta ronda de ciencia ficción hispanoamericana. Viajaremos a México para disfrutar de la picardía de Amado Nervo, quien nos contara una historia postapocalíptica donde la naturaleza ha decidido darle el regalo de la evaluación a los animales.


Hasta el siguiente cuento, adiós, adiós.



Bibliografía:



Artificial Intelligence Is Our Future. But Will It Save Or Destroy Humanity? Here's a rundown of what the world's greatest minds think, written by Patrick Caughill, published in the digital magazine Futurism on 9.29.17. Url: https://futurism.com/artificial-intelligence-is-our-future-but-will-it-save-or-destroy-humanity


Artificial Intelligence and Reality of Human-Machine Integration, published in the digital magazine Scienceooze on February 14, 2021. URL: https://scienceooze.com/human-machine-integration/#:~:text=%20Three%20steps%20of%20human-machine%20integration%20%201,thoughts%20is%20quite%20similar%20to%20the...%20More%20


Yuval Noah Harari’s lecture on Sapiens: A brief History of Humankind https://youtu.be/eOO5xrEiC0M



Música


Airline – Geographer


The Bronx is Burning - Doug Maxwell_Media Right Productions


Cypher - Wayne Jones


Blue Danube (by Strauss) – Strauss


The Evening of Departure by Twin Musicom is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/


Heavy Interlude by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

Source: http://incompetech.com/music/royalty-free/index.html?isrc=USUAN1100515


Crisis - Scoring Action by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

Source: http://incompetech.com/music/royalty-free/index.html?isrc=USUAN1100277


Prelude No. 15 by Chris Zabriskie is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

Source: http://chriszabriskie.com/preludes/


An Upsetting Theme - The Descent by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

Source: http://incompetech.com/music/royalty-free/index.html?isrc=USUAN1100333


Impending Boom by Kevin MacLeod is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

Source: http://incompetech.com/music/royalty-free/index.html?isrc=USUAN1100198


The Children's Room by Audionautix is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/


Tempting Fate by Audionautix is licensed under a Creative Commons Attribution 4.0 license. https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/


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