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25 - Narrativa Afro Latina


En la entrevista realizada por el ensayista cubano Miguel Barnet, Esteban Montejo, un cimarrón, relata su vida como esclavo en la Plantación Cubana Flor de Sagua. Más adelante exploramos la esclavitud en las plantaciones cubanas y cómo la abolición y la conquista del autogobierno de Haití afectaron el comercio de esclavos y la industria azucarera en Cuba.


Fuentes:

1. Libro: Biografía de un Cimarrón. Miguel Barnet. Centro Editor de América Latina S.A. Junín 981, Buenos Aires. Edición digital. 2018. URL:http://blogs.ubc.ca/span495/files/2017/01/barnet_biografia-de-un-cimarron.pdf

2. Libro: Memoria del Fuego: Las Caras y las Máscaras. Eduardo Galeano. Publicado por Siglo Veintiuno Editores. Edición Digital. México 2014.

3. Libro: Afro-Latin America:1800-2000. George Reid Andrews. Oxford University Press 2004.

4. Libro: Cimarrón de Palabras. Rodrigo Martínez Furé. Editorial Letras Cubanas. La Habana, Cuba, 2010.

5. Artículo: A Cuban Slave Hunter's Journal: Francisco Estevez's "Diario Del Rancheador" (1837-1842). Lorna V. Williams. Afro-Hispanic Review Vol. 10, No. 3 (SEPTEMBER 1991), pp. 62-66 (5 pages) URL: https://www.jstor.org/stable/23054053?seq=1

6. Artículo: The Names of Slavery and Beyond: the Atlantic, the Americas and Cuba. Michael Zeuske. University of Cologne. URL: https://academicworks.cuny.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=2170&context=gc_etds

7. Artículo: La gesta libertadora, INRA [magazine] 2, no. 8 [1961]: 22–25

8. Tesis: The Architecture of Nineteenth-Century Cuban Sugar Mills: Creole Power and African Resistance in Late Colonial Cuba. Lorena Tezanos Toral. The Graduate Center, City University of New York. 2015. URL: https://academicworks.cuny.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=2170&context=gc_etds




1861: Habana: Brazos de azúcar

Del libro Las caras y las máscaras

por Eduardo Galeano


Pronto la ciudad de La Habana celebrará sus juegos florales. Los intelectuales del Ateneo proponen un gran tema central: ellos quieren que el certamen literario se consagre a pedir a España sesenta mil esclavos nuevos. Los poetas respaldarían, así, el proyecto de importación de negros, que cuenta ya con el apoyo del Diario de la Marina y la bendición legal del fiscal de la Audiencia.


Faltan brazos para el azúcar. Son escasos y caros los negros que entran, de contrabando, por las playas de Mariel, Cojímar y Batabanó. Tres dueños de ingenios han redactado el proyecto porque Cuba yace exhausta y desolada y suplican a las autoridades españolas que recojan sus lastimeros ayes y la provean de negros, esclavos mansos y leales a quienes Cuba debe su prosperidad económica. Será fácil, aseguran, traerlos desde el África: Ellos correrán gozosos hacia los buques españoles, cuando los vean llegar.



Biografía de un Cimarrón

Entrevista por Miguel Barnet a Esteban Montejo


A mí nunca se me ha olvidado la primera vez que intentó huirme. Esa vez me falló y estuve unos cuantos años esclavizado por temor a que me volvieran a poner los grillos. Pero yo tenía un espíritu de cimarrón arriba de mí, que no se alejaba.


Y me callaba las cosas para que nadie hiciera traición porque yo siempre estaban pensando en eso, me rodeaba la cabeza y no me dejaba tranquilo; era como una idea que no se iba nunca, y a veces hasta me mortificaba. Los negros viejos no eran amigos de huirse. Las mujeres, menos. Cimarrones había pocos.


La gente le tenía mucho miedo al monte. Decían que si uno se escapaba de todas maneras lo cogían. Pero a mí esa idea me daba más vueltas que a los demás. Yo siempre llevaba la figuración de que el monte me iba a gustar. Y sabía que el campo para trabajar era como el infierno. Uno no podía hacer nada de por sí. Todo dependía de las palabras del amo.


Cuando Esteban se escapa


En el artículo A Cuban Slave Hunter's Journal (El diario de un cazador de esclavos), Lorna Williams escribe que en países como Cuba, donde las montañas y las áreas altamente boscosas ofrecen la oportunidad de esconderse y sobrevivir, algunos grupos de esclavos generalmente eligieron ser cimarrones como su forma de repudiar la esclavitud. Sin embargo, los fugitivos representaban una amenaza para la continuidad del sistema de plantación. Por lo cual en Cuba desde 1528, los cazadores de esclavos comenzaron a operar bajo un estatus profesional.

Un día me puse a observar al mayoral. Ya yo lo venía cachando. Ese perro se me metió en los ojos y no me lo podía quitar. Creo que era español. Me acuerdo que era alto y nunca se quitaba el sombrero. Todos los negros lo respetaban, porque con un cuerazo que diera le arrancaba el pellejo a cualquiera.


El caso es que ese día yo estaba caliente y no sé qué me pasó, pero tenía una rabia que de verlo nada más me encendía. ¡Le silbé de lejos y él miró y se volvió de espaldas; ahí fue donde cogí una piedra y se la tiré a la cabeza! Yo sé que le dio, porque él gritó para que me agarraran. Pero no me vio más el pelo, porque ese día cogí el monte.


Estuve muchos días caminando sin rumbo fijo. Estaba como medio perdido. Nunca había salido del ingenio. Caminé para arriba, para abajo, para todos los lados. Sé que llegué una finca cerca de la Siguanea, donde no me quedó más remedio que acampar. Los pies se me habían llenado "de ampollas y las manos se me pusieron reventadas. Hice campamento debajo de un árbol. Cobijé en unas horas un rancho de yerba de guinea. Allí no estuve más que cuatro o cinco días. A la primera voz de hombre cerca y salí disparado. Era muy jodido que después de uno haberse escapado lo cogieran.


Un tiempo me dio por ocultarme en una cueva. Viví allí como año y medio. La cueva esa era muy grande y obscura como una boca de lobo. Yo me cuidaba de todos los ruidos. Y de las luces. Si dejaba rastro me seguían el paso y me llevaban. Subí y bajé tantas lomas que las piernas y los brazos se me pusieron duros como palo. Poco a poco fui conociendo el monte.


Cimarrones y Ranchadores


Inicialmente, la misión de los perseguidores era capturar fugitivos y devolverlos a sus dueños. Pero, dado que el intenso deseo de autonomía de los cimarrones continuó, en 1610, en un intento por disuadir a quienes se escapaban, las autoridades coloniales en La Habana intentaron obligar a los fugitivos capturados a llevar las marcas de su desafío. 

A cada Cimarrón le cortaban una oreja o la nariz, y aquellos que resistieron la recaptura eran asesinados. Aunque la corona española había establecido leyes para regular la conducta de los cazadores de esclavos, prohibiendo los actos de brutalidad excesiva, la persistencia de los cimarrones provocó el aumento de los castigos severos.

A veces me olvidaba que yo era cimarrón y me ponía a chiflar. Chiflaba para quitarme el miedo de los primeros tiempos. Dicen que cuando uno chifla aleja los malos espíritus. Pero en el monte, y de cimarrón, había que andar despierto. Y no volví a chiflar porque podían venir los guajiros o los ranchadores.


Como el cimarrón era un esclavo que se huía los amos mandaban a una cuadrilla de ranchadores; guajiros brutos con perros de caza, para que lo sacaran a uno del monte a mordidas. Nunca me topé con ninguno. Ni vide a un perro de esos de cerca. Eran perros amaestrados para coger negros. El perro que veía a un negro le corría atrás.

Cuando un ranchador atrapaba a un negro, él amo o el mayoral le daban una onza de oro o más. Por esos años una onza era como decir diecisiete pesos. ¡Ni se sabe los guajiros que había en ese negocio! La verdad es que yo vivía bien de cimarrón; muy oculto.


Familia y nombre


En el artículo: “The Names of Slavery and Beyond” (Los Nombres de la Esclavitud), Michael Zeuske escribe que a los hijos de esclavos nacidos en Hispanoamérica los dueños les dieron nombres ficticios. Por lo tanto, se les daba el apellido de su dueño o el nombre de la plantación donde nacieron. Sin embargo, en el acto del bautismo, el niño era anotado como carente de padre.
Esto era porque según la ley española, solo los hijos de un matrimonio legítimo podían llevar los dos apellidos. Los hijos de mujeres solteras, en su mayoría madres esclavas, tomaban el apellido materno como único apellido. En el caso de los esclavos domésticos en las ciudades, estos solo tenían el primer apellido de uno de sus dueños".

A mí nada de eso se me borra. Lo tengo todo vivido. Hasta me acuerdo que mis padrinos me dijeron la fecha en que yo nací, fue el 26 de diciembre de 1860, el día de san Esteban, el que está en los calendarios. Por eso yo me llamo Esteban. Mi primer apellido es Montejo, por mi madre que era una esclava de origen francés. El segundo es Mera, Pero ése casi nadie lo sabe. Total, para qué lo voy a decir si es postizo.


El verdadero era Mesa, lo que sucedió fue que en el archivo me lo cambiaron y lo dejé así, como yo quería tener dos apellidos como los demás para que no me dijeran "hijo de manigua", me colgué ése y ¡cataplum! El apellido Mesa era de un tal Pancho Mesa que había en Rodrigo.


Según razón, el señor ese me crio a mí después de nacido. Era el amo de mi madre. Claro que yo no vide a ese hombre nunca, pero sé que es positivo ese cuento porque se hicieron mis padrinos. Y a mí nada de lo que ellos me contaban se me ha olvidado. Mi padrino se llamaba Gin Congo y mi madrina, Susana.


Como yo no conocía a mis padres lo primero que hice fue preguntar acerca de ellos. Entonces me enteré de los nombres y de otros pormenores. Hasta me dijeron en el ingenio en que yo nací. Mi padre se llamaba Nazario y era lucumi de Oyó. Mi madre Emilia Montejo. También me dijeron que ellos habían muerto en Sagua.


Como todos los niños de la esclavitud, los criollitos como les llamaban, yo nací en una enfermería, donde llevaban las negras preñadas para que parieran. Para mí que fue el ingenio Santa Teresa, aunque yo no estoy bien seguro. De lo que si me acuerdo es que mis padrinos me hablaban mucho de ese ingenio y de los dueños, unos señores de apellido La Ronda. Ese apellido lo llevaron mis padrinos por mucho tiempo, hasta que la esclavitud se fue de Cuba.

La verdad es que yo hubiera querido conocerlos, pero por salvarme el pellejo no los pude ver. Si llego a salir del monte ahí mismo me hubieran agarrado. Por cimarrón no conocí a mis padres. Ni los vide siquiera. Pero eso no es triste porque es la verdad.


Las plantaciones y las largas horas de trabajo

En el artículo: “La arquitectura de los ingenios azucareros cubanos del siglo XIX,” Lorena Tezanos Toral escribe “La industria azucarera cubana tenía dos ciclos esenciales: Zafra o tiempo de cultivo y tiempo muerto o temporada de siembra. El tiempo de cosecha duraba de tres a cuatro meses, comenzando a fines de diciembre o enero, y terminando entre abril y mayo. Durante la cosecha, el tiempo de trabajo se duplicaba, y cada minuto contaba.
En el libro, The Sugarmill (El Molino de Azúcar), Moreno Fraginals, escribe que "el límite de la jornada laboral de un esclavo era su capacidad física. La jornada laboral del esclavo comenzaba con las nueve campanadas del Ave María y terminaba con las nueve campanadas de las vísperas. Otra campana lo llamaba al mediodía para regresar al trabajo hasta que escuchaba el llamado nocturno a la oración, a lo cual dejaba el campo y se iba a cortar el heno para los animales y hacer otros trabajos marginales.
Los conductores de carros, que ya habían pasado de ocho a diez horas en el campo, rotaban turno con los negros que trabajaban en la sala de ebullición y continuaban trabajando hasta el amanecer. Los cortadores luego iban a triturar la caña en el molino y a cargar el bagazo verde y seco. Los trabajadores de la sala de ebullición se trasladaban a la casa de curación. Cada grupo se iba a dormir durante tres, cuatro o máximo cinco horas mientras continuaba este sistema de rotación.

Luego me viene a la mente la visión de otro ingenio; el Flor de Sagua. Yo no sé si ése fue el lugar donde trabajé por primera vez. De lo que sí estoy seguro es que de allí me hui una vez; me reviré, carajo, y me hui. ¡Quién iba a querer trabajar! Pero me cogieron mansito, y me dieron una de grillos que si me pongo a pensar bien los vuelvo a sentir. Me los amarraron fuertes y me pusieron a trabajar, con ellos y todo. Uno dice eso ahora y la gente no lo cree. Pero yo lo sentí y lo tengo que decir.


En Flor de Sagua empecé a trabajar en los carretones de bagazo. Yo me sentaba en el pescante del carretón y arreaba al mulo. Si el carretón estaba muy lleno echaba al mulo para atrás, me bajaba y lo guiaba por la rienda. Los mulos eran duros y tenía uno que jalar para abajo como un animal. La espalda se llegaba a jorobar.


Los carretones salían llenitos hasta el tope. Siempre se dejaba gabán en el batey y había que regar el bagazo para que se secara. Con un gancho se tiraba el bagazo. Después se llevaba enterito y seco para los hornos. Eso se hacía para levantar vapor. Yo me figuro que fue lo primero que trabajé, al menos eso me dice la memoria.


Todas las partes de adentro del ingenio eran primitivas. No como hoy en día que hay luces y máquinas de velocidad.


A mi entender, hasta era mejor el corte de caña. Yo tendría entonces unos diez años y por eso no me habían mandado al campo. Pero diez años en aquella época era como decir treinta ahora, porque los niños trabajaban como bueyes.


Cuando un negrito era lindo y gracioso lo mandaban para adentro. Para la casa de los amos. Ahí lo empezaban a endulzar y.…¡qué sé yo! El caso es que el negrito se tenía que pasar la vida espantando moscas, porque los amos comían mucho. Y al negrito lo ponían en la punta de la mesa mientras ellos comían. Le daban un abanico grande de yarey y largo. Y le decían: "¡Vaya, para que no caigan moscas en la comida!". Si alguna mosca caía en un plato lo regañaban duro y hasta le daban cuero. Yo nunca hice eso porque a mí no me gustaba emparentarme con los amos. Yo era cimarrón de nacimiento.


La vida en los barracones



En 1831, Don Honorato Bertrand Chateasalins parece haber sido el primer autor que recomendara su construcción, aconsejando que las viviendas de los esclavos se fabricaran en forma de barracón con una sola puerta. En la noche el administrador o mayoral recogía las llaves por la noche. Cada cuarto que se fabricara no tendría otra entrada que una sola puertecita y al lado una ventanilla cerrada con balaustre para que el negro no pudiera de noche comunicarse con los otros.

Todos los esclavos vivían en barracones. Ya esas viviendas no existen, así que nadie las puede ver. Pero yo las vide y no pensé nunca bien de ellas. Los amos sí decían que los barracones eran tacitas de oro. A los esclavos no les gustaba vivir en esas condiciones, porque la cerradera les asfixiaba.


Los barracones eran grandes, aunque había algunos ingenios que los tenían más chiquitos; eso era de acuerdo a la cantidad de esclavos de una dotación. En el de Flor de Sagua vivían como doscientos esclavos de todos los colores.


Ese era en forma de hileras: dos hileras que se miraban frente a frente, con un portón en el medio de una de ellas y un cerrojo grueso que trancaba a los esclavos por la noche. Había barracones de madera y de mampostería, con techos de tejas. Los dos con el piso de tierra y sucios como carajo. Ahí sí que no había ventilación moderna. Un hoyo en la pared del cuarto o una ventanita con barrotes eran suficientes. De ahí que abundaran las pulgas y las niguas que enfermaban a la dotación de infecciones y maleficios. Y como único se quitaban era con sebo caliente y a veces ni con eso.


Los amos querían que los barracones estuvieran limpios por fuera. Entonces los pintaban con cal. Los mismos, negros se ocupaban de ese encargo. El amo les decía: "cojan cal y echen parejo".


Uno dice cuartos cuando eran verdaderos fogones. Tenían sus puertas con llavines, para que no fuera nadie a robar. Sobre todo para cuidarse de los criollitos que nacían con la picardía y el instinto del robo. Se destaparon a robar como fieras.


Fuera del barracón no había árboles, ni dentro tampoco. Eran planos de tierra vacíos y solitarios. El negro no se podía acostumbrar a eso...Como los cuartos eran chiquitos, los esclavos hacían sus necesidades en un excusado que la llaman. Estaba en una esquina del barracón. A ese lugar iba todo el mundo.


Las campanas y la rutina del molino de azúcar



En el artículo “El ingenio. El complejo económico-social cubano del azúcar” (Habana, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO) Manuel Moreno Fraginals, dice “Marcando el ritmo de las tareas interminables, la campana era un símbolo del ingenio. Del mismo modo que no se concibe una iglesia sin campanario, tampoco hubo ingenio o cafetal sin ella.
El campanero de ingenio no necesitó aprender los variados y complejos toques de la vida urbana y fue generalmente un negro viejo e inútil para las tareas de producción incapacitado-psicológica y físicamente para la fuga. La torre –vigía, fortaleza y campanario– es símbolo del trabajo esclavo en los campos cañeros. Allí estaba ella señalando diariamente las 16,18 o 20 horas diarias de labor.”

La campana del ingenio estaba a la salida. Esa la tocaba el Contramayoral. A las cuatro y treinta antes meridiano tocaban el Ave María. Creo que eran nueve campanazos. Uno se tenía que levantar en seguida. A las, seis antes meridiano, tocaban otra campana que se llamaba de la jila y había que formar en un terreno fuera del barracón.


Los varones a un lado y las mujeres a otro. Después para el campo hasta las once de la mañana en que comíamos tasajo, viandas y pan. Luego, a la caída del sol, venía la Oración. A las ocho y treinta tocaban la última para irse a dormir. Se llamaba el Silencio.


El contramayoral dormía adentro del barracón y vigilaba. En el batey había un sereno blanco, español él, que también vigilaba. Todo era a base de cuero y vigilancia.


Yo vide muchos horrores de castigos en la esclavitud. Por eso es que no me gustaba esa vida. En la casa de caldera estaba el cepo, que era el más cruel. Había cepos acostados y de pie. Se hacían de tablones anchos con agujeros por donde obligaban al esclavo a meter los pies, las manos y la cabeza. Así los tenían trancados dos y tres meses, por cualquier maldad sin importancia.


A las mujeres preñadas les daban cuero igual, pero acostadas boca abajo con un hoyo en la tierra para cuidarles la barriga. ¡Les daban una mano de cuerazos! Ahora, se cuidaban de no estropearle el niño, porque ellos los querían a tutiplén. El más corriente de los castigos era el azote.


Se los daba el mismo mayoral con un cuero de vaca que marcaba la piel. El látigo también lo hacían de cáñamo de cualquier rama del monte. Picaba como diablo y arrancaba la piel en tiritas.


Yo vide muchos negros guapetones con las espaldas rojas. Después les pasaban por las llagas compresas de hojas de tabaco con orina y sal. La vida era dura y los cuerpos se gastaban. El que no se fuera joven para el monte, de cimarrón, tenía que esclavizarse. Era preferible estar solo, regado, que en el corral ése con todo el asco y la pudrición.


Cualquiera se cansaba de vivir. Los que se acostumbraban tenían el espíritu flojo. La vida en el monte era más saludable. En los barracones se cogían muchas enfermedades. Se puede decir, sin figuraciones, que ahí era donde más se enfermaban los hombres. Se daba el caso de que un negro tenía hasta tres enfermedades juntas.


Cuando no era el cólico era la tosferina. El cólico plantaba un dolor en el ombligo que duraba horas nada más y lo dejaba a uno muerto. La tosferina y el sarampión eran contagiosos. Pero las peores, las que desplumaban a cualquiera, eran la viruela y el vómito negro.


La viruela ponía a los hombres como hinchados y el vómito negro sorprendía a cualquiera, porque venía de repente y entre vómito y vómito se quedaba uno tieso. Había un tipo de enfermedad que recogían los blancos. Era una enfermedad en las venas y en las partes masculinas. El que la cogía se acostaba con una negra y se la pasaba, por lo menos eso era lo que decían.


En aquellos tiempos no existían grandes medicinas. Los médicos no se veían por ningún lugar. Eran las enfermeras medio brujas las que curaban con remedios caseros. A veces curaban enfermedades que los médicos no entendían. Porque el problema no está en tocarlo a uno y pincharle la lengua; lo que hay que hacer es tener confianza en las yerbas que son la madre de la medicina.


Si algún esclavo cogía alguna enfermedad contagiosa lo sacaban del cuarto y lo trasladaban a la enfermería. Allí lo trataban de curar. Si el esclavo empezaba a boquear, lo metían en unos cajones grandes y lo llevaban para el cementerio.


Conucos

En el libro, “Afro-Latin America: 1800-2000,” George Andrews menciona que los conucos en Cuba fueron un ejemplo de las ambigüedades de la relación patrón-esclavo. “Muchos propietarios proporcionaron parcelas de jardín a sus esclavos, en los cuales estos últimos cultivaban frutas y verduras para su propio consumo y para venderlas, ya sea al propietario o en mercados cercanos. Los esclavos se beneficiaban de dietas más nutritivas y variadas, junto con la oportunidad de ganar dinero; los propietarios se beneficiaban al reducir sus costos de alimentos y también a través de lo que muchos percibieron como el efecto pacificador de las parcelas en los esclavos.” Varios plantadores en la provincia de Río de Janeiro comentaron: “Los esclavos que tienen su parcela de cultivo no huyen ni causan problemas.”

Pero eso de los conucos fue lo que salvó a muchos esclavos. Lo que les dio verdadera alimentación. Casi todos los esclavos tenían sus conucos. Estos conucos eran pequeños trozos de tierra para sembrar. Quedaban muy cerca de los barracones; casi detrás de ellos.

Ahí se cosechaba de todo: boniato, calabaza, quimbamtoó, maíz, gandul, frijol caballero, que es como las habas limas, yuca y maní. También criaban sus cochinaticos. Y algunos de estos productos se los vendían a los guajiros que venían directamente del pueblo.

La verdad es que los negros eran honrados. Como no sabían mucho todavía, les salía eso de ser honrados, al natural. Vendían sus cosas muy baratas.


Los domingos

George Andrews nos dice que los tambores y la danza fueron elementos fundamentales del ritual religioso africano. “En toda la América española y portuguesa, los domingos, los días de los santos y las fiestas religiosas se convirtieron en ocasiones para el baile y la música africana. Algunos propietarios de esclavos, sacerdotes y funcionarios permitieron que estos eventos continuaran sin control, reconociendo en ellos no solo una concesión necesaria al bienestar espiritual de los esclavos, sino un medio útil para mantener a una población potencialmente rebelde, dividida en diferentes grupos étnicos africanos ".
Pero no todos estuvieron de acuerdo. En 1790, un observador en Brasil expresó: no parece políticamente sabio permitir a estos bárbaros sus bailes de tambores de guerra en las calles y plazas de esta ciudad. Bailan de manera lasciva, cantan canciones paganas, hablan en lenguas extrañas, despertando miedo y sospecha.

Los días de más bulla en los ingenios eran los domingos. Yo no sé cómo los esclavos llegaban con energías. Las fiestas más grandes de la esclavitud se daban ese día. Había ingenios donde empezaban el tambor a las doce del día o a la una. En Flor de Sagua, desde muy temprano. Con el sol empezaba la bulla y los juegos y los niños a revolverse. El barracón se encendía temprano, aquello parecía el fin del mundo.


Y con todo y el trabajo la gente amanecía alegre. El mayoral y el contramayoral entraban al barracón y se metían con las negras. Yo veía que los más aislados eran los chinos. Esos no tenían oído para el tambor. Eran arrinconados. Es que pensaban mucho.


Para mí que pensaban más que los negros. Nadie les hacía caso. Y la gente seguía en sus bailes.


El que más yo recuerdo es la yuka. En la yuka se tocaban tres tambores: la caja, la mula y el cachimbo, que era el más chiquito. Detrás se tocaba con dos palos en dos troncos de cedro ahuecados. Los propios esclavos los hacían y creo que les llamaban cata. La yuka se bailaba en pareja con movimientos fuertes.


A veces daban vueltas como un pájaro y hasta parecía que iban a volar de lo rápido que se movían. Daban salticos con las manos en la cintura. Toda la gente cantaba para embullar a los bailadores.


Había otro baile más complicado. Yo no sé si era un baile o un juego porque la mano de puñetazos que se daban era muy seria. A ese baile le decían el maní. Los maniceros hacían una rueda de cuarenta o cincuenta hombres solos. Y empezaban a dar revés. El que recibía el golpe salía a bailar.


Las mujeres no bailaban, pero hacían un coro con palmadas. Daban gritos por los sustos que recibían, porque a veces caía un negro y no se levantaba más. El maní era un juego cruel. Los maniceros no apostaban en el desafío. En algunos ingenios los mismos amos hacían sus apuestas, pero en Flor de Sagua yo no recuerdo esto.


Lo que sí hacían los dueños era cohibir a los negros de darse tantos golpes, porque a veces no podían trabajar de lo averiados que salían.


Creencias Africanas

Lorna V. Williams dice que, durante la segunda mitad de la década de 1700, la iglesia católica intentó convertir los cabildos, que son organizaciones de membresía africanas, en hermandades católicas religiosas. A cada cabildo se le asignó un santo patrón y se instruyó a sus miembros en la doctrina y la observancia católicas. Los africanos eran receptivos al cristianismo, pero también conservaban dioses y ritos africanos al practicarlos en los cabildos.
Durante el siglo XIX, el control de la iglesia sobre la sociedad cubana se debilitó, y a medida que más africanos eran traídos a la isla, la influencia cultural de los cabildos se fortaleció, dando lugar a nuevas religiones afrocubanas: Santería, Abakuá y Palo Monte.

Los dioses de África son distintos, aunque se parezcan a los otros, a los de los curas. Son más fuertes y menos adornados. Ahora mismo uno coge y va a una iglesia católica y no ve manzanas, ni piedras, ni plumas de gallos. Pero en una casa africana eso es lo que está en primer lugar.


Yo conocí dos religiones africanas en los barracones: la lucumí y la conga. La conga era la más importante. Con eso de la adivinación se ganaban la confianza de todos los esclavos.

Cuando tenían algún problema con alguna persona, ellos seguían a esa persona por un trillo cualquiera y recogían el polvo que ella pisaba. Lo guardaban y lo ponían en la nganga o en un rinconcito. Según el sol iba bajando, la vida de la persona se iba yendo. Y a la puesta del sol la persona estaba muertecita. Yo digo esto porque da por resultado que yo lo vide mucho en la esclavitud.


La brujería tira más para los congos que para los lucumises. Los lucumises están más ligados a los santos y a Dios. A ellos les gustaba levantarse temprano con la fuerza de la mañana y mirar para el cielo y rezar oraciones y echar agua en el suelo. Cuando menos uno se lo pensaba el lucumí estaba en lo suyo. Yo he visto negros viejos inclinados en el suelo más de tres horas hablando en su lengua y adivinando.


La diferencia entre el congo y el lucumí es que el congo resuelve, pero el lucumí adivina. Lo sabe todo por los diloggunes, que son caracoles africanos con misterio dentro. Son blancos y abultaditos. Los ojos de Eleggua son de ese caracol. Los santos se comunicaban a través de los cocos.


Ahora el dueño de ellos era Obatalá. Obatalá era un viejo, según yo oía, que siempre estaba vestido de blanco. Y nada más que le gustaba lo blanco. Ellos decían que Obatalá era el que lo había hecho a uno y no sé cuántas cosas más. Uno viene de la Naturaleza y el Obatalá ese también.


A los viejos lucumises les gustaba tener sus figuras de madera, sus dioses. Los guardaban en el barracón. Todas esas figuras tenían la cabeza grande. Eran llamadas oché. A Eleggua lo hacían de cemento, pero Changó y Yemayá eran de madera y los hacían los mismos carpinteros.


La otra religión era la católica. Esa la introducían los curas, que por nada del mundo entraban a los barracones de la esclavitud. Los curas eran muy aseados. Tenían un aspecto serio que no jugaba con los barracones. Eran tan serios que hasta había negros que los seguían al píe de la letra. Tiraban para ellos de mala manera. Se aprendían el catecismo y se lo leían a los demás. Con todas las palabras y las oraciones.


Estos negros eran esclavos domésticos y se reunían con los otros esclavos, los del campo, en los bateyes. Venían siendo como mensajeros de los curas. La verdad es que yo jamás me aprendí esa doctrina porque no entendía nada. Yo creo que los domésticos tampoco, aunque como eran tan finos y tan bien tratados, se hacían los cristianos.


Naciones Africanas y reproducción

George Andrews comenta que incluso en las Américas, la etnicidad africana siguió siendo un determinante de las identidades de los esclavos y una fuente de diferencia, división y conflictos ocasionales dentro de la población esclava. Los propietarios de esclavos y los administradores coloniales buscaron mantener esas divisiones, viendo en ellas una defensa contra la resistencia unificada de los esclavos.
El conde de Arcos, gobernador de Bahía durante la década de 1810, defendió su política de permitir a los esclavos africanos celebrar bailes públicos en la calle argumentando “si algún día, las diferentes naciones africanas olvidan lo que los desunía, y si los Dahomey se convierten en hermanos de los Yoruba, los Ewe de los Hausa, los Tapa de los Ashanti, y así sucesivamente: En ese momento, un inevitable peligro enfrentará y desolará a Brasil.”
La observación del gobernador se confirmó años después, cuando en 1835 una revuelta de esclavos yoruba fracasó en gran parte debido a la negativa de los esclavos congoleños, angoleños y criollos (esclavos nacidos en Brasil) a participar en ella. Sin embargo, por cada caso en el que miembros de diferentes grupos étnicos africanos se negaron a unirse, hubo varios otros en los que lo hicieron

En los ingenios había negros de distintas naciones. Cada uno tenía su figura. Los congos eran prietos, aunque había muchos jabaos. Eran chiquitos por lo regular. Los mandingas eran medio coloraúzcos. Altos y muy fuertes Siempre iban por su lado. Las gangas eran buenos. Bajitos y de cara pecosa.


Muchos fueron cimarrones. Los carabalís eran como los congos musungos, fieras.

En todos los ingenios existía una enfermería que estaba cerca de los barracones. Era una casa grande de madera, donde llevaban a las mujeres preñadas. Ahí nacía uno y estaba hasta los seis o siete años, en que se iba a vivir a los barracones, igual que todos los demás y a trabajar. Yo me acuerdo que había unas negras crianderas y cebadoras que cuidaban a los criollitos y los alimentaban.


Cuando alguno se lastimaba en el campo o se enfermaba, esas negras servían de médicos. Con yerbas y cocimientos lo arreglaban todo. No había más cuidado. A veces los criollitos no volvían a ver a sus padres porque el amo era el dueño y los podía mandar para otro ingenio. Entonces sí que las crianderas lo tenían que hacer todo.


¡Quién se iba a ocupar de un hijo que no era suyo! En la misma enfermería pelaban y bañaban a los niños. Los de raza costaban unos quinientos pesos. Eso de los niños de raza era porque eran hijos de negros forzudos y grandes, de granaderos. Los granaderos eran privilegiados.


Los amos los buscaban para juntarlos con negras grandes y saludables. Después de juntos en un cuarto aparte del barracón, los obligaban a juntarse y la negra tenía que parir buena cría todos los años. Yo digo que era como tener animales. Pues bueno, si la negra no paría como a ellos se les antojaba, la separaban y la ponían a trabajar en el campo otra vez.


¡Somos libres!

En 1886, Cuba se convirtió en el segundo último país de América Latina en abolir la esclavitud. Finalmente, seguido por Brasil en 1888.

Toda mi vida me ha gustado el monte. Pero cuando se acabó la esclavitud dejé de ser cimarrón. Por la gritería de la gente me enteré que había acabado la esclavitud y salí. Gritaban: "Ya estamos libres". Pero yo como si nada. Para mí era mentira.


Yo no sé... el caso fue que me acerqué a un ingenio, sin recoger calderos ni latas ni nada y fui sacando el cabeza poquito a poco hasta que salí. Eso fue cuando Martínez Campos era el gobernador, porque los esclavos decían que él había sido el que los había soltado. Así y todo, pasaron años y en Cuba había esclavos todavía. Eso duró más de lo que la gente se cree.


Cuando salí del monte me puse a caminar y encontré a una vieja con dos niños de brazos. La llamé de lejos y cuando ella se acercó yo le pregunté: "Dígame, ¿es verdad que ya no somos esclavos?" Ella me contestó; "No, hijo, ya somos libres".


Fin


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Amantes de nuestros relatos, como es costumbre, es hora de hablar acerca de la historia. En esta oportunidad, exploraremos aspectos del comercio de esclavos en la América española y portuguesa, el efecto domino que causo Haití, cómo Cuba se convirtió en un importante exportador de azúcar, y cómo ello hizo que la isla se convirtiera en el penúltimo país de las Américas en abolir la esclavitud.


Comencemos con el efecto domino que causo Haití.


Si alguien recuerda en la clase de historia, la ahora llamada Revolución Haitiana, que se libró a fines de 1700 hasta principios de 1800, fue la primera revolución exitosa contra la esclavitud y el colonialismo en las Américas. En dicha ocasión, los esclavos que se auto-liberaron dirigieron el llamado a las armas contra el dominio francés.


La historia de dicha revolución es bastante intrincada, llena de conspiraciones, heroísmo, traición y muertes por fiebre amarilla. Pero eso, por supuesto, es otro cuento. La razón por la que menciono brevemente la conquista del autogobierno en Haití, se debe a que dicha hazaña influenció las guerras de independencia en América Latina y la posterior abolición de la esclavitud.


Si revisan la transcripción de este episodio, allí encontraran un cuadro comparativo de las fechas de independencia de los países latinoamericanos y los años de emancipación.




Sobre el efecto domino que causó Haití, George Andrews, autor del libro Afro-Latin America: 1800-2000, dice: "El ejemplo de Haití se cernió aún más sobre Cuba y Puerto Rico". En gran parte gracias a que estas dos islas habían acogido a muchos de los refugiados de la revolución haitiana, incluyendo blancos, negros libres y esclavos refugiados.


Andrews continúa diciendo que "en 1799, mientras la revolución haitiana aún estaba en desarrollo, el Consulado Real de La Habana, un organismo oficial que representa a los plantadores y comerciantes locales, envió al capitán general un conjunto de propuestas". El objetivo era mantener el orden y la obediencia de los esclavos en la colonia cubana.

Un representante expresó: "La independencia de los esclavos en Santo Domingo justifica nuestro estado actual de temor y preocupación ... Nada será más fácil que ver en nuestro país una insurrección de esos bárbaros, y es urgente que se tomen precauciones para evitar una catástrofe ".


Por consiguiente, para 1806, España había prohibido la entrada a Cuba y Puerto Rico, de todas las personas de color que provinieran de Haití. Pero la medida no detuvo el deseo de libertad. En 1812 se descubrieron varias conspiraciones de gravedad organizadas por esclavos en ambas islas. En Cuba, el principal conspirador quien fue arrestado y ejecutado fue un carpintero negro y miliciano llamado José Antonio Aponte. En su casa había retratos de los comandantes de la independencia de Haití, Toussaint L'Ouverture y Henri Christophe.


A pesar de la proximidad de ambas islas al epicentro de la revolución libertadora de Haití, y ahora equipadas con una importante presencia militar española, las élites cubanas y puertorriqueñas optaron por permanecer leales a España. En consecuencia, evitaron a largo plazo la violencia causada por las campañas de independencia que sacudieron al resto de América Latina durante la primera parte del siglo XIX, y pospusieron el tema de la emancipación durante casi todo un siglo.


Sin embargo, el efecto de Haití no se detuvo allí. Durante los años de 1700, las colonias españolas y portuguesas habían estado buscando una oportunidad para expandir su producción de azúcar. Pero durante dicho siglo, Francia había tenido el monopolio sobre el azúcar. Entonces, la gran oportunidad llegó en la década de 1790, con la revolución de Haití.

Cuando en 1804 salió a la luz la república libre e independiente de Haití, la economía de plantación más próspera del mundo llegó a su fin. Por ejemplo, para 1791, Saint Domingue, hoy conocido como Haití, había exportado más de 80,000 toneladas de azúcar. Pero para 1804, las exportaciones bajaron a 24,000 toneladas. Y en 1818, las exportaciones fueron menos de mil. Por último, en 1825, solo se exportó una tonelada.


Rápidamente, sin perder tiempo, los plantadores de Brasil, Cuba y Puerto Rico ferozmente fueron a tomar su pedazo de la torta. Expandieron la producción tan rápido que, a principios de la década de 1790, Cuba ya tenía más de 500 molinos en funcionamiento. Diez años después, Río de Janeiro tenía más de 600 molinos.


Entonces, dado que más plantaciones significaban más esclavos, las importaciones de africanos aumentaron considerablemente. Andrews afirma: "Estos centros altamente desarrollados de producción para exportación basados en las plantaciones se convirtieron en los mayores importadores de esclavos africanos y, por lo tanto, en el corazón de Afro-América Latina".


Cuba que hasta 1760 había recibido una importación anual promedio de menos de 1,000 esclavos, entre 1764 y 1790, el número se duplicó. Y entre 1790 y 1810, más de 7,000 africanos habían llegado cada año a la isla.


Por lo tanto, en Brasil, Cuba y Puerto Rico, tanto la esclavitud como la economía de las plantaciones sobrevivieron intactas durante la primera mitad del siglo XIX. Durante el mismo periodo, las exportaciones cubanas de azúcar pasaron de 29,000 toneladas por año a 295,000, y las exportaciones brasiler as aumentaron de 20,000 a 120,000 toneladas al año.


Sin embargo, Cuba no podía permanecer aislada de todas las otras revoluciones que están ocurriendo en el continente. El aumento de la trata de esclavos agravó la tensión social en todos los niveles. ¿Recuerdan que mencioné anteriormente que las élites cubanas tenían miedo al efecto domino que podía causar Haití? ¿Y que eso los inspiró a jurar lealtad a España, pensando que de esta manera podrían esquivar la bala de la revolución y al mismo tiempo garantizarse un beneficio económico? Bueno, pues la verdad es que no todos prosperaron bajo dichas circunstancias.


Andrews nos dice que "mientras las plantaciones de azúcar se expandieron y se multiplicaron en la mitad occidental de la isla, los pequeños productores de café, tabaco y azúcar al otro lado de la isla, es decir al oriente se quedaron marginados en la competencia por los mercados, el capital y los esclavos".


Luego, cuando en 1868, España impuso nuevos impuestos y se negó a otorgarle a la isla poderes de autogobierno, esa fue la gota que derramó el vaso. Las élites que representan los intereses del oriente de Cuba declararon su independencia y lanzaron una revuelta armada contra el dominio español.


Y así como 60 años antes, los esclavos en las colonias españolas en Suramérica habían desempeñado un papel importante en las guerras por la independencia, también lo hicieron en la Guerra de los Diez Años de Cuba (1868-78). En gran parte la importancia de su participación radicó en sus números. Para 1861 había 370,000 esclavos en la isla. Eso era una cuarta parte de la población total.


No obstante, los líderes blancos de la revolución, como en otras revoluciones en las Américas, inicialmente intentaron retener el apoyo de los dueños de los esclavos que participaban, diciendo que la discusión sobre el tema de la abolición de la esclavitud lo dejarían para cuando hubieran ganado la guerra. Pero la presión de las voces abolicionistas en el movimiento rebelde aumentó, ya que muchos de ellos eran negros y mulatos libres. Al año siguiente el gobierno rebelde decretó la emancipación plena e inmediata para aquellos que se unían a su noble causa.


Finalmente, no podemos terminar el programa sin hacer referencia a los cimarrones.

A pesar de los mejores esfuerzos opresivos de los plantadores, las comunidades fugitivas se multiplicaron en todas partes de las Américas. Andrews comenta que, en Cuba, "en la provincia azucarera de Matanzas, se reportaron campamentos de hasta 300 personas.


Los palenques se esparcieron por la provincia más occidental de Pinar del Río, donde los esclavos se refugiaron en las montañas rocosas de la Sierra de los Oreganos, y en la provincia oriental de Oriente. Entre 1815 y 1838, las fuerzas españolas libraron una batalla continua contra las comunidades de cimarrones que circundaban la ciudad oriental de Santiago. Destruyeron a varias comunidades pero no lograron vencer el asentamiento más grande, Muluala ".


En 1796 para subyugar a los cimarrones y a las comunidades que se estaban formando, las autoridades cubanas implementaron un patrullaje sistemático del campo. La columna vertebral de este plan fue los rancheadores. Como Montejo mencionó en su historia, estos cazadores de esclavos llamados rancheadores, rastreaban fugitivos a través de los bosques y montañas de la isla. Lamentablemente, algunos de ellos eran negros y mulatos libres.


Lorna Williams, en su artículo A Cuban Slave Hunter's Journal, El diario de un cazador de esclavos, menciona que el conocido rancheador Francisco Estévez a menudo se sentía frustrado por como su grupo de búsqueda era superado en gran cantidad por los cimarrones.


Y, además, después de que desmantelaban un pueblo cimarrón, otro cobraba vida.

Los rancheadores sabían que los fugitivos tenían un conocimiento superior del accidentado terreno, ya que se valían de los ríos, cuevas, bosques y de la espesa maleza para desaparecer. Sin mencionar que la oscuridad y las lluvias torrenciales invisibilizaban sus huellas.


En su diario, el ranchero Estévez escribió: "He remitido a los S.S. encargados de la vigilancia de mi partida 4 ps 2rs que me han dado por la captura del capitán de cuadrilla Pedro José; viéndolo inmóvil y habiéndolo visto con intenciones de suicidarse, lo entregué a su dueño. Llegó a decirme que antes moriría mil veces que entregar ninguno de sus compañeros, que no se le daba cuidado de morir, que el hombre no muere más que una vez".


Y con este grito de bravura y libertad finalizamos el episodio de hoy. Los dejo con un poema del poeta cubano Rogelio Martínez Furé.


Del Machete…Y El Filo

Ikiri adá

Ogún aladá meyi.

Ikiri adá

Los derechos no se mendigan,

Se conquistan con el filo del machete

-sentenció nuestro Titán

Ikiri adá

¿Y si el machete perdió el filo?

-pregunto a los ancestros.

Ikiri adá

¡Sáquenle filo de nuevo!

-responden los égunes

de cimarrones y mambises.

¡Sáquenle filo de nuevo!

¡Somos hijos de Yaokende!

Dueño de dos machetes.

Ikiri adá


Sáquenle filo a sus mentes, estimados oyentes, porque en nuestro próximo episodio de narrativas afrolatinas contaremos la heroica lucha y conquista del Palenque de San Basilio, en Cartagena, Colombia.


Créditos musicales

Sabana_Havana and Danzon_De_Pasion_Sting – Jimmy Fontanez

Camaguey – Silent Partner

Rwenzori_Mountain_Troup

Mestre_Bigo__FICA_-_03_-_Corrido_do_capoeira

SONGO_21_-_01_-_Opening_para_Songo_21

Handheld Recordings Addis, Ababa, Bahir Dar 5

Various_-_07_-_medley

Akoko_Nante_Ensemble_-_02_-_Tse_Tse_Kule__Los_Dandies

Surumba_project_-_09_-_Columbia_arar_fusin

Yadi_Camara_-_01_-_Afro_rumba_camara – America Afroindigena

Eyeunle_-_07_-_Rezo_chang

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